Una deuda colectiva

Opiniones23/02/2023Redacción RegionalisimoRedacción Regionalisimo
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La cita a un autor español acerca de que "la poesía es un arma cargada de futuro" suele evidenciarse en la actitud de los gobiernos de facto que, apenas asumidos, se lanzan sobre los poetas, que siempre se identifican con las causas populares. En tal sentido, el pasado gobierno militar de Augusto Pinochet en Chile, tan pródigo en violaciones a los derechos humanos, fue un cabal ejemplo, inicialmente con la extrema tortura y muerte del cantautor Víctor Jara.
Ahora, a medio siglo de aquel gobierno que materializó el infierno en Chile, la carga de futuro que advierte la frase se ha disparado: un grupo de expertos internacionales acaba de confirmar una sospecha que había brotado en un principio: Pablo Neruda, el poeta Premio Nobel, orgullo de su país, no tuvo una muerte natural: fue asesinado.
El hecho se hace más comprensible. "La verdad era una deuda colectiva que teníamos con el poeta, un deber, ha dicho el escritor italiano Roberto Ippolito. Pero no se trata solo de él. Esta verdad hace aún más clara la enormidad de los crímenes y violaciones de derechos humanos cometidos por la dictadura en Chile. Ahora la muerte, ocurrida doce días después del golpe, se amplía en su significado, en su barbarie".
En cierto modo, Neruda era Chile y su gente. Además, su canto de izquierda, permanentemente antifascista, era una palabra que se escuchaba y respetaba en todo el mundo.
Al margen de su calidad poética (su Tercer Canto de amor a Stalingrado todavía sigue siendo un himno para aquellos pueblos que sufrieron la barbarie nazi), la palabra de semejante vocero constituía un peligro político para aquel gobierno dictatorial, surgido al amparo de la furia del entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, que no esperaba un triunfo socialista en Latinoamérica y en medio de la vigente Guerra Fría.
A pesar de la férrea censura del gobierno pinochetista, las sospechas en cuanto a la muerte del poeta habían trascendido apenas ocurrida, pero estaban disimuladas por las circunstancias: Neruda tenía cáncer y estaba internado en una conocida clínica de Santiago; cabía la posibilidad de su desaparición física. Ahora la profundización de aquella sospecha, trasformada en denuncia y reclamo, llevó a la intensificación de las investigaciones, tanto en lo político como en lo clínico-medicinal.
Así, la exhumación y análisis del cadáver del poeta no dejó dudas: fue envenenado con la inoculación de una bacteria mortífera. A esa comprobación se sumó el nada casual apartamiento momentáneo de la persona que lo asistía, su chofer, y la inexistencia comprobada del médico que lo atendió en esos momentos previos a la muerte, un nombre seguramente ficticio que no consta en los registros médicos del país. De allí a pensar en una acción efectiva de los esbirros pinochetistas hay menos que un paso.
El medio siglo transcurrido desde el hecho inhibe en cuanto a una investigación acerca de los autores, por más que se sepa quién lo avaló. El tiempo desgasta las posibilidades probatorias de los delitos, lo que ha quedado en evidencia tras las diversas aperturas de documentos reservados en distintos países. Los responsables del delito seguramente están ya fuera de la acción de la justicia, si es que no han muerto ya.
Sin embargo, el asesinato de Pablo Neruda quedará como uno de los más sobresalientes ejemplos de hasta dónde puede llegar el fascismo en su odio por la libertad.

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