Discos que giran, teléfonos que suenan

Opiniones21/02/2023 Petronio
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A esta altura del milenio se puede afirmar sin mayor duda (la duda, conforme un filósofo militar bonaerense, es la jactancia de los intelectuales) que no es que nosotros estemos obsesionados por el pasado, o que suframos de "retromanía" como lo definió un autor afecto a los neologismos. Es el pasado el que no nos suelta, como si el tiempo fuera circular, el famoso "corso e ricorso" de los italianos. Y en este viaje hacia ningún lugar nos acompañan los artefactos de nuestro tiempo, un poco como los restos flotantes del barco acompañan a los náufragos tras el colapso.

Disco

Uno de esos pedazos de tecnología indeleble, que no por nada está dotado de un motor giratorio, es el tocadiscos, que ya no se llama así, ahora es "bandeja giratoria" o "bandeja giradiscos". Los discos tampoco se llaman así, ni "long play", como antes, ahora se llaman "vinilos". Discos le dicen ahora a colecciones de música que no tienen forma de disco, ni se reproducen en una bandeja, sino que provienen de algún lugar de las tripas de internet, y llegan a los teléfonos y las computadoras a través de un proceso endemoniado llamado "streaming". Inventos del hombre blanco.

Hace ya unos tres años que los discos de vinilo superaron en ventas a los "compact disc" o CDs, que habían aparecido en la década del '80, anunciando la muerte del formato anterior. Está visto que aquellos muertos gozaban de buena salud. Y no sólo se venden discos nuevos, hay un mercado bastante chiflado dedicado a la compraventa de discos "de época" -como se los conoce en la jerga- que pueden llegar a tener precios obscenos, incluso adentrándose en las cifras de seis dígitos en pesos.

Los audiófilos se rompen los cuernos debatiendo si la calidad de sonido de aquel sistema mecánico y analógico es superior ("más cálido" conceden todos) que los nuevos formatos de audio digital. Como quiera, colándose desde el pasado, ha vuelto a la banda de sonido de nuestras vidas ese sonido de fritanga que se conoce como "ruido de púa". Al fin y al cabo, como decía el gran DJ inglés John Peel, "es la vida la que tiene ruido de púa".

Telegram

Los millenials ni deben sospechar que ese servicio de mensajerías para celulares, cuasi red social, llamado "Telegram", está usurpando el nombre de un noble artefacto de siglos pasados que pereció hace unos años, sin pena ni gloria, sepultado por las frenéticas comunicaciones digitales.

El telegrama era una presencia ubicua en las vidas, y casi siempre estaba presente en los anuncios de grandes acontecimientos: las elecciones, las bodas, los nacimientos, los funerales. Basado en la tecnología del telégrafo (invento adjudicado a André-Marie Amper y a David Alter) y en el código Morse, se caracterizaba por el ahorro de palabras y la consiguiente sintaxis trunca.

Las buenas costumbres de la época imponían la discreción en su redacción, para evitarle sobresaltos al receptor. Por ejemplo, un texto mítico era aquel que rezaba "papá enfermo, viaja de luto", que merece haber sido cierto. 

Triste y solitaria la muerte del telegrama. Ni siquiera pudimos mandarle un telegrama a sus deudos. Claro está, Amper, Alter y Morse le habían precedido en eso de morirse, así que mandarles el pésame se hizo complicado. 

Teléfono

Todavía persiste, en algún rincón oscuro de las casas, otro artefacto mítico que, como algunas especies animales en vía de extinción, está condenado a la desaparición, aunque nadie lo mencione en su presencia. Nos referimos al teléfono fijo, ese que funciona con cables, a diferencia de su verdugo el teléfono celular, que para colmo ahora resulta que es "inteligente".

Los millenials, que mal saben identificar un teléfono fijo aunque lo tengan frente a las narices, se morirían de risa si supieran que hace apenas cuatro décadas, un aparato de esos era dificilísimo de conseguir, y su mera presencia en una casa hacía que el inmueble en cuestión subiera considerablemente su valuación en el mercado. Eran los tiempos de la compañía estatal Entel, una de las vacas argentas que carnearon los salvajes unitarios neoliberales en los años '90.

De vez en cuando suenan en casa, para espanto de los habitantes. Antes, eran como los telegramas, la gente sólo los usaba para cosas importantes (la tarifa era saladísima). Ahora llaman para hacer encuestas, o para ofrecer la venta de alguna cosa, o para compartir un pensamiento bíblico, o resumidamente para estafarnos de un modo u otro. Por suerte ahora cuando la llamada proviene de un establecimiento penitenciario te avisan antes.

El asedio de estas llamadas no solicitadas llegó a ser tal, que cambiaron las reglas de educación. Hoy está sobreentendido que ante una llamada no deseada, lo más humano es cortar directamente, sin entrar en largas explicaciones ni regateos. Muchas veces del otro lado (en unas mazmorras llamadas "call center") hay otra víctima del sistema.

 Una vez por mes llega la tarifa, que raramente llega al valor que tiene un dólar norteamericano en el mercado negro. Quién te ha visto y quién te ve, "tubo" entrañable, vos que fuiste la estrella del mercado inmobiliario. Ya no te falta pa' completar, más que ir a misa e hincarte a rezar.

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