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Después de 20 años el reality exacerba las pasiones, promueve efímeros debates, comentarios en las redes sociales y un consumo evasivo que nos sumerge en la intimidad de les “players”
Opiniones08/11/2022 Yamila HeramHace 20 años se emitía en Argentina el primer Gran Hermano, desde ese entonces hasta la actualidad se han producido muchos cambios en los medios de comunicación: un rating que viene en caída, el auge de los servicios de streaming on demand, la omnipresencia de las redes sociales digitales, la personalización de la recepción, y la mentada desprogramación televisiva que en pleno 2022 con una nueva versión de Gran Hermano revive el rating de una televisión que permanece, fluctúa y convive entre en el sistema broadcasting y las redes sociales digitales.
Los aportes de la Escuela de Frankfurt continúan vigentes para comprender este producto que exacerba estereotipos y promueve un consumo distractivo al que le dedicamos horas y días de nuestro tiempo libre. ¿Por qué nos interpela? O la pregunta podría ser ¿cómo hacer para que no nos interpele? ¿Por qué nos quedamos mirando a les hermanites devenidos en players? Ya Raymond Williams en 1974 nos advertía sobre las características de la programación televisiva en tanto flujo continuo, la secuencia ininterrumpida de imágenes hace que nos quedemos –muy a nuestro pesar– viendo la tele, y en ese formato 24-7 nos adentramos en la intimidad de la vida doméstica y del tiempo de ocio de les hermanites, nuestro tiempo de ocio devenido en horas pantallas.
Así también las propias características del sistema mediático han colaborado para poner en agenda al reality. Desde hace meses los programas de chimentos y panelismo tematizan sobre Gran Hermano, filtran videos del casting, polemizan sobre el formato y entrevistan a ex participantes. A su vez, la programación televisiva durante la pandemia y pospandemia se organizó a partir de programas de panel y diferentes tipos de realities que funcionaron a modo de testeo de los gustos y elecciones de los públicos. Así también, según datos de recientes investigaciones, los meses de aislamiento y sobreinformación por pandemia han promovido sentimientos de hartazgo y saturación en el consumo de información, la contracara de ello es el consumo evasivo ligado a productos híbridos, quizá ello explique en parte los 20 puntos de rating del reality.
Ahora, con improntas de estos tiempos, la nueva versión de Gran Hermano es igual a las anteriores: la repetición, la estereotipación y la serialización son sus características intrínsecas, pero a ello se suma la grita que potencia el debate, resalta las pasiones y atraviesa gran parte de los discursos políticos y mediáticos. La elección agrietada de los participantes genera y regenera en el afuera polémicas infinitas -Alfa hablando de coimas, la ex diputada, el joven con dos padres y Martina con comentarios discriminatorios- son partes de la confrontación en esa suerte de binomios dicotómicos que Gran Hermano potencia y el panelismo disemina en una televisión conversacional que permanece, fluctúa y se reproduce. 20 años después el formato sobrevive saltando la grieta.
Yamila Heram, investigadora del CONICET y docente en la UBA
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