Los pueblos impermeables

El mismo Bermejo que les da de comer, hoy los aísla del mundo y los arremolina en la oleada indiferente que los separa de la civilización. Del otro lado, los caminos no se anegan, las casas no se pudren, llegan todos los servicios y los ciudadanos pueden dormir con los dos ojos cerrados. La realidad desesperante de las comunidades y la solidaridad que no permea en los funcionarios.

Opiniones06/04/2025 Por Martina Kaniuka
Los Pueblos Impermeables

(APe).- Los pueblos impermeables esperan con el agua a la altura de la cintura, sin ropa apropiada, sin calzado ni agua potable, sin comida, refugio, ambulancias o medicamentos. Esperan que el río se despida del suelo.
El mismo Bermejo que les da de comer, hoy los aísla del mundo y los arremolina en la oleada indiferente que los separa de la civilización, dibujando esa línea barrosa que los divide de esos otros pueblos donde los caminos no se anegan, las casas no se pudren, llegan todos los servicios y los ciudadanos pueden dormir con los dos ojos cerrados. 
Desde diciembre  -cuando la gobernación de Gustavo Sáenz, aliado de Milei, estaba ocupada anunciando 2300 obras distribuidas con “criterio federal”- que el Bermejo comenzó a crecer. Sucede cada año y lo notan en la orilla cuando, tejiendo las redes, el agua sube, les cubre los pies descalzos y la bajada se hace cada tarde un fenómeno más novedoso, a la espera de la pesca. Pejerreyes, dientudos, tarariras, bagres, bocachas, mojarras, sábalos, viejas, anguilas y yuscas, bondades que el Bermejo les regala generoso para engañar al estómago de las 45 familias de la comunidad.
Pero además de peces, el río está arrastrando dolor, mucho dolor. Y distancia. Una que los acerca y los abandona más allá de los tres kilómetros que alejan a a la comunidad wichí San Felipe -en el departamento Rivadavia, provincia de Salta- del río Bermejo.
Que Es una cuestión de época. Que El cambio de clima. Que Ya va a bajar el agua. Pero el agua no bajó y las 45 familias acostumbradas a la subida del río que los vio nacer, como cada año, se encontraron sin un puesto sanitario, ni una salita de emergencias, sin un funcionario especializado y sin ayuda de los influencers o de los youtubers que motorizan campañas de solidaridad cuando el agua elige para cubrir otros cuerpos.
El mismo Gustavo Sáenz ensayó, de cara a la campaña electoral, otra opereta. Aparentemente, titula el diario oficialista habría quedado varado en la comunidad. Pero lo único que han quedado varadas son las razones que, a medio camino, ensayan para explicar la catástrofe.
Hoy la zona de Rivadavia Sur está abandonada. Sitiada por agua, con tierras arrasadas que no drenan la corriente, el Bermejo desagota su furia desde Chaco a Salta y ni los proyectos inmobiliarios, ni los emplazamientos de ganadería extensiva, ni las plantaciones de cultivos no autóctonos, son parte de las conversaciones. Tampoco los responsables se sientan en ningún banquillo a ser acusados. Libres, secos, con los bolsillos repletos, cuando la mierda llega al cuello de las comunidades, lanzan comida desde helicópteros, reparten donaciones insuficientes y aparecen a la hora de las votaciones.
Durante las últimas décadas, las instituciones de gobierno se encargaron de entregar tierras para cercar a las comunidades, entre los propietarios ilegítimos a los que el capital elige a la hora de jugar al estanciero. Desmantelaron todo intento de organización, desde la Coordinadora Wichí del Bermejo, el Consejo de Caciques del Bermejo hasta el Consejo de Organizaciones wichí (COW), creaciones comunitarias preocupadas por la propiedad de la tierra. Por todo resultado, como cada vez que el pulso tonto del estado recorta los bordes a los mapas, los lotes más desfavorecidos han sido dibujados con tinta marginal en el catastro.
Las legislaciones al respecto, siempre escritas en otra lengua ajena y ambigua, traicionaron el derecho de las comunidades y fueron venciendo, como la fuerza del Bermejo, la resistencia de los pueblos que, permaneciendo impermeables a la sensibilidad de políticos, funcionarios, y la ciudadanía toda, resisten esperando que la misma agua que conocen como la fuente de toda vida, deje de ser el sinónimo de una angustiosa corriente hacia la muerte.
Las comunidades de La Esperanza, El Cocal, El Chañaral y Campo Pañuelo también se encuentran aisladas. Todas coinciden en que lo que mayormente necesitan es mercadería, cosas para higiene, pañales y calmantes y medicamentos sencillos, de primera necesidad como paracetamol en gotas, amoxicilina, ibuprofeno. Y que permee la solidaridad:  eso no deberían tener que pedirlo.

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