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De casi 13 millones de niñas y niños siete millones son pobres. Imaginar esos siete millones de caritas de niñas, niños, adolescentes como nuestros hijos, sobrinas, nietos, hermanas, que no pueden comer diariamente, vestirse, bañarse, ir a la escuela, genera la conciencia de la guerra contra la infancia.
Opiniones11/01/2025 Por Carlos del Frade
(APE) Unicef Argentina, al finalizar el año 2024, muestra la dimensión existencial de los resultados de las políticas económicas en la geografía más sensible de cualquier pueblo del planeta, los cuerpos de las niñas, los niños y adolescentes.
La historia en carne viva.
Esas cifras ratifican los dos conceptos que desde hace años impulsan estas columnas: la Argentina dejó de ser, hace rato, el lugar en donde los únicos privilegiados eran los chicos y que la concentración y extranjerización de riquezas promueve una guerra permanente contra la niñez y la adolescencia.
No es casual que en tiempos del desprecio, como solía repetir Ernesto Sábato, tenga en la hipocresía la mayor forma de encubrimiento mostrando a la pibada como victimaria y no como víctima, de allí la inútil y perversa idea de castigar a quienes cometen el 0,45 por ciento de los homicidios en el país, como son los menores de dieciséis años. A mayor dependencia y depredación mayor es el cinismo, por eso varias administraciones, la nacional y distintas gobernaciones quieren llevar la edad de punibilidad hasta los doce años.
Por eso hay que pensar los números que muestra el observatorio de Unicef Argentina.
Sobre un total de 12 millones 218 mil 500 niñas, niños y adolescentes hasta diecisiete años que viven en estos parajes, alrededor de siete millones tienen necesidades básicas insatisfechas. Una cosa es escribir el número y otra muy distinta es tomarse el tiempo para imaginar siete millones de caritas de niñas, niños y adolescentes, iguales o parecidos a nuestras hijas, nuestros hijos, nuestras nietas, nuestros nietos, nuestras sobrinas, nuestros sobrinos, hermanas o hermanos que no pueden comer todos los días, vestirse, bañarse o ir a la escuela. Ese simple ejercicio que dura segundos por la imposibilidad de poner en la cabeza de cada uno más de veinte caritas, genera la conciencia de los resultados de la guerra contra las pibas y los pibes.
En el país del sur del mundo, hay también 706 mil 292 niñas, niños y adolescentes que no tienen asistencia escolar. A los que sumar, restar, escribir o leer, les resulta casi imposible en los días de la inteligencia artificial. En la geografía en la cual la educación pública ya era pensada en tiempos de la emancipación de España y cuya crónica siempre formó parte de esa difusa constelación de valores llamada orgullo nacional.
Otras encuestas de otras instituciones agregaron, desde hace tiempo, la contundente cifra de miles y miles de pibas y pibes a los que nunca se les narra un cuento ni tienen acceso a un libro en sus hogares. Fenomenal proceso de ingeniería social que condena a miles y miles de niños, niñas y adolescentes al presente inmodificable, en el que se enseña que no hay posibilidad de cambiar la realidad porque nunca les sugirieron que debe transformarse el presente para ser felices y comer perdices.
También dicen los números de Unicef que hay 706 mil 960 niñas, niños y adolescentes que trabajan y que hay otros 237 mil 845 que buscan trabajar, conformando una población económicamente activa de 944 mil 805 niñas, niños y adolescentes destinados a distintos tipos de explotaciones. Nada menos que en el país que supo consagrar el derecho laboral más importante de América del Sur durante décadas.
En cercanía del día de la masacre de los santos inocentes, los números de Unicef remarcan el tamaño de la violencia contra la pibada.
Números que deberían configurar un llamado a la construcción de una sociedad absolutamente distinta, no en el futuro, si no en el presente.
Estas cifras, en definitiva, repiten las viejas consignas de esta columna, hace rato que en la Argentina los únicos privilegiados terminaron siendo los primeros perjudicados y que la guerra contra la niñez continúa sin prisa y sin pausa.
Fuentes: Web oficial de Unicef Argentina, diciembre de 2024.

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