El hambre, muro para el sueño de llegar a Primera

Tres millones de chicos con hambre. El fútbol como sueño motor para cambiar la vida. La mala nutrición no permite un buen desarrollo de los huesos, de los músculos, del cerebro. Los chicos con expectativas de ser ídolos no llegan a Primera. No acceden a carnes, frutas ni verduras. Sus ídolos publicitan comida chatarra que ellos mismos no consumen.

Opiniones11/09/2025 Por Silvana Melo
El hambre, muro para el sueño de llegar a Primera

(APe).- En los suburbios de este largo país de los pies del mundo unos tres millones de chicos andan pasando hambre. Sus huesitos no se fortalecen como deberían, sus músculos no son poderosos como  los de sus héroes de Marvel y no están hechos para no romperse a la hora de pelear la pelota fundacional de un campeonato. El español Ander Herrera, que llegó a cerrar su carrera en Boca Juniors, reveló hace unos días su perplejidad ante la pobreza familiar de los juveniles en uno de los dos clubes más importantes del país. Los medios argentinos que lo replicaron parecían, inexplicablemente, participar de su asombro. No entendía el delantero europeo cómo había chicos que a veces faltaban al entrenamiento para ir a cartonear con sus padres. En menos de un año, la cruel vidriera internacional del bello deporte que deja a las mayorías en el llano y elige a los privilegiados para el altísimo rendimiento, mostrará a los 23 argentinos que llegaron a la cima. Entre los centenares de miles que, año tras año, sueñan desde cada barrio popular con saltar desde los charcos a primera. Sólo entre el 1 y el 3% de los que acceden a los clubes lo logra. Y la mayor parte llega con hambre. Mal alimentados y con el sueño de apariencia imposible de aquel Diego morenito y desaliñado en el potrero de Fiorito: jugar el mundial y ser campeón del mundo.
Ander Herrera aseguró que “el 90%, o el 85% de los chicos de las inferiores de Boca, están en índices de pobreza familiar”. Y habló de una presión que desconoce en el primer mundo: la “de llegar y de sacar a sus familias de la pobreza”. Los chicos en décadas anteriores surgían de los semilleros de los barrios populares, cuando la pobreza era más piadosa y no implicaba un hambre que debilita los huesos, que mezquina nutrientes, que niega proteínas para sumar grasas malas.  Hoy esos semilleros siguen generando brotes pero cada vez menos subsisten ante las inclemencias sistémicas. Cada vez son dotados con menos resistencias para soportar la exigencia. Y, por lo tanto, cada vez se genera más angustia, más frustración. Son escasos los resultados deportivos y las ventas por sumas siderales a Europa son cada vez menos frecuentes. El hambre se devora cada vez más sueños.
Los chicos nacen de madres jóvenes, mal alimentadas, algunas de ellas con consumos problemáticos, solas en su maternidad. Otros en familias con empleos precarizados. Todos con una alimentación pésima: las frutas y las verduras son muy costosas y suelen no estar al alcance de la mayoría de las familias. Las carnes –proteína pura, fundamental para el desarrollo del cerebro- tampoco es un alimento que reine en las mesas más pobres. Que terminan llenando panzas con hidratos de carbono escasos de nutrientes: harinas varias, fideos, arroces blancos, snacks de muy mala calidad, plagados de sodio y de grasas saturadas. Energía que se gastará pero que no guardará nutrientes que desarrollen huesos, músculos, cerebro, dientes. Que permitan pensar una jugada, soportar una caída sin quebrarse, estirar la pierna hasta llegar a esa pelota sin que el músculo colapse.
La alimentación de la primera infancia marcará el rumbo futuro. El desarrollo físico y cerebral. Los entrenadores van observando la evolución de los chicos a partir del paso de los años. Los ven excederse de peso, por ejemplo. La escasez de conexión neuronal –sinapsis- provoca falta de atención, reacción lenta, dificultad para responder a situaciones inmediatas. El cerebro es un órgano muy versátil que necesita de una alimentación rica en los primeros rudimentos de la historia del ser humano para poder desarrollar la capacidad de recordar y aprender, por ejemplo. La plasticidad cerebral, así le llaman. Que posibilita la maravilla de la sinapsis, la comunicación entre las neuronas y todo lo que viene después.
Una mala alimentación desde el origen deshilacha los sueños posibles. Ahoga el desarrollo de potencialidades físicas.
Así van llegando los chicos de los semilleros de los barrios, los que sueñan con salvarse en la primera. María Belén Comini, nutricionista de Rosario Central, dice al diario Perfil que “la mala alimentación en la primera infancia deja secuelas: si en séptima división el chico no logra una buena alimentación o sigue con una mala nutrición va a tener repercusiones a largo plazo”. Las repercusiones son quedarse afuera cuando llega la prueba para ingresar a primera. Y asistir al derrumbe del sueño mayor.

Presiones
Algunos entrenadores que respondieron a Perfil notan grandes problemas en los chicos de hogares pobres para superar la preselección. Los nutricionistas de los clubes de primera división sostienen que “los chicos que tienen grandes deficiencias difícilmente puedan destacarse entre sus pares”. Claramente, “notamos que los chicos tienen desgarros y calambres producto de la mala alimentación. Al club llegan entre un 15% y 20% de chicos con sobrepeso o bajo peso”.
Viven una presión constante que oscila entre un futuro –que en su mirada es demasiado corto-, un presente desgarrador de carencias, padre y madre en problemas graves, familia que suele verlo como posibilidad de salvataje a través, por ejemplo del fútbol y una presión que se profundiza con la propia: asumirse como quien debe llevar ese salvavidas económico a su familia.
Una investigación del Conicet (2020) en un club de Primera División en CABA observa que los apoyos anímicos principales de los chicos, en un ciento por ciento de las respuestas, es la familia. El desarraigo, en ese sentido, tiene un precio afectivo muy duro: el 21 por ciento dijo que “sólo veía a su familia una vez por año, y otro 68% dijo verla dos o tres veces por año. Es decir que el 90 por ciento de los chicos que viven en pensiones no ven regularmente a quienes identifican como soportes afectivos”.
La importancia de esta percepción es que el 60% de los jugadores de inferiores considera que la meta más importante de su carrera es “darle un buen pasar económico a mi familia”, objetivo que pusieron por encima de metas deportivas como “jugar en la Selección” o “ser el mejor en mi puesto”. El mito extendido del futbolista joven que compra un auto deportivo y no una casa con su primer sueldo importante tiene vinculaciones con la realidad pero no es generalizado.

Superhéroes
 El fútbol es la maravilla, la pasión inconclusa, el héroe que repentinamente tiene cuatro brazos y cuatro piernas para atajar la pelota que iba a birlar el título del mundial 2022. O el que salía todo tiznado de la carbonería familiar de los suburbios de Rosario, flaquito y cansado y terminó bajando a todos los demonios del Maracaná. El fútbol es el superhéroe planetario archimillonario que quisieran ser mientras que a la hora de volver al barrio se convierten en calabazas.
Sin embargo, esos mismos héroes que recaudan no sólo con su talento sino con la publicidad de ese talento y de sus cuerpos privilegiados, incitan al consumo de alimentos absolutamente desaconsejables para la salud y el crecimiento de un niño, de un adolescente. Y, obviamente, de un deportista. Esos ídolos publicitan las papas fritas, las hamburguesas, las gaseosas y los panchos que no consumen. Porque sus dietas son cuidadosamente equilibradas por nutricionistas. Y no por decisiones económicas de extrema crueldad que saquean de frutas, verduras, carnes y nutrientes la mesa de los niños.
Mundos absolutamente paralelos, donde los Superman y las calabazas de las doce de la noche no se juntan casi nunca.
Salvo cuando duendes únicos surgidos de taperas del desierto de Atacama como Alexis Sánchez o Carlos Tévez y Thiago Almada, de los pasillos oscuros de Fuerte Apache, o Diego Maradona, del hambre, el techo de chapa y el piso de tierra de Fiorito, o Samuel Eto’o, de la pobreza extrema del Africa profunda. Todos ellos con infancias castigadas, subalimentadas la mayoría, estresadas por la vastedad del sufrimiento. Pero elegidos vaya a saber por qué destino, por qué azar.
El resto, los niños de todos los días, de todos los hambres y de todos los sueños construidos con una terquedad esperanzada, comen cuando pueden, donde haya plato y milanesa con papas que es el sueño cortito de cada almuerzo. Para pegarle fuerte a la pelota un rato después. Y para que el país, tackleado, por el norte y por el sur, pueda disponer una utopía modesta, extendida como un mantel para los tres millones de pibes que andan pasando hambre en estos días por estas tierras.

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