¿Sigue teniendo la Navidad un sentido religioso?

La euforia consumista en estas fechas oculta a menudo su dimensión cristiana. Las fiestas se pueden disfrutar como la conmemoración del nacimiento de Jesús o como una celebración colectiva sin significado espiritual; o las dos

Sociedad24/12/2024Redacción RegionalisimoRedacción Regionalisimo
Navidad

Frente  a las fiestas navideñas, surge la pregunta en torno al sentido de esta celebración, cuya dimensión religiosa parece cada vez más minoritaria para buena parte de la sociedad, en favor del consumo y el disfrute lúdico. 
El teólogo Juan José Tamayo defiende que la celebración del nacimiento del hijo de Dios es la memoria «subversiva» de los perdedores de la historia y que merece la pena pensar así la Navidad. Para la escritora Laura Fernández da igual el sentido que le dé cada uno a la fiesta, lo especial de esta época es que la sociedad se pone de acuerdo para fingir, creer en la magia y superar su falta de ilusión del resto del año.
Los «evangelios de la infancia» son un género literario peculiar dentro de los evangelios de Mateo y Lucas, que presentan el nacimiento de Jesús a través de una serie de símbolos, imágenes y figuras, que no son narraciones históricas propiamente dichas, si bien ofrecen algunos datos fiables. En ellos se describe la situación de Palestina sometida al Imperio Romano y gobernada por dictadores a su servicio. Aparecen fenómenos especialmente significativos que rodean el nacimiento de Jesús: una familia «sin abolengo ni pedigrí de clase» (según el biblista Jesús Peláez), que tiene que refugiarse en un establo donde da a luz su madre María, la persecución y el infanticidio de Herodes, la emigración en condiciones de total desprotección, la encarnación de Dios no en una persona perteneciente a la realeza, sino en un niño nacido en una familia empobrecida, el anuncio del mensaje de paz comunicado a los pastores en medio de la violencia impuesta por la pax romana en los territorios ocupados, el revolucionario cántico del Magnificat de María, que invierte los valores: Dios derriba de sus tronos a los poderosos y ensalza los humildes.
La situación tiene similitudes con la actualidad: imperialismos, colonialismos, guerras, violencia contra los niños, las niñas y las mujeres hasta el feminicidio y el infanticidio, brechas de la desigualdad cada vez más profundas, desahucios, personas inmigrantes, refugiadas y desplazadas a quienes se les niegan la ciudadanía y los derechos fundamentales, familias con todos los miembros sin trabajo, genocidio del pueblo de Gaza por el ejército israelí comandado por Netanyahu, nuevo Herodes, con más de 45.000 gazatíes asesinados.
La celebración de la Navidad es hoy ajena a las circunstancias que rodearon el nacimiento de Jesús y mira cínicamente para otro lado. Nada que ver con la situación de pobreza y marginación que rodea al alumbramiento de María. Se fomenta el dispendio, la desmesura, los excesos, el consumismo. No hay conciencia de que las mayorías populares viven una situación de empobrecimiento causado por la injusticia estructural. Lejos de dar respuesta solidaria a los verdaderos y más graves problemas que vive la humanidad, los encubre. Lejos de fomentar una conciencia crítica y transformadora en los cristianos y cristianas ante las situaciones de injusticia, tiende a generar una conciencia alienante. Lejos de fomentar la solidaridad y la compasión, adormece las conciencias y es insensible a los sufrimientos de las víctimas.
Diría más, la Navidad se ha convertido en opio del pueblo y comercialización de lo sagrado. En un emblemático artículo de 1921, Walter Benjamin hablaba del cristianismo convertido en capitalismo y de este como religión de culto sin dogmas. Hoy podemos decir que la Navidad ha derivado en mercantilismo y neoliberalismo.
¿Es recuperable el sentido de la primera Navidad cristiana? Creo que sí. Tres son, a mi juicio, los aspectos a recuperar, más allá de su vertiente consumista y asistencial, en la perspectiva de un cristianismo liberador como alternativa. El primero es la humanización de Dios en la persona de Jesús de Nazaret, el «Dios humanísimo» del que habla el teólogo Edward Schillebeeckx, cuyos principales atributos no son la omnipotencia y la trascendencia que no hace pie en la historia, sino la compasión con las víctimas. El segundo es la ubicación de Jesús no en la esfera divina, sino en los márgenes de la sociedad y en el reverso de la historia. Él no posee sangre real, ni tiene madera de héroe, ni pertenece a la casta sacerdotal. Es, como afirma John P. Meier, uno de los principales especialistas en las investigaciones sobre el Jesús histórico, «un judío marginal»: así nació, así vivió y así murió. La celebración de su nacimiento es, por tanto, la memoria «subversiva» de las víctimas y de los perdedores de la historia, no la conmemoración de los éxitos de una megaestrella o de las conquistas de un triunfador. En tercer lugar, en la Navidad hay un despliegue de la fantasía, de la imaginación y del sentido lúdico-festivo, que constituye el contrapunto de un cristianismo que se regodea en la culpa y el dolor al que busca sentido redentor.

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