Hechos olvidados

Sociedad03/11/2024Redacción RegionalisimoRedacción Regionalisimo
perro astronauta

Hace casi 67 años, el 3 de noviembre de 1957, la humanidad toda experimentaba uno de esos golpes informativos que suelen sacudir al planeta; acaso el de mayor entidad hasta aquella fecha. Se trató de la primera salida al espacio exterior de un ser vivo terrestre: la perra Laika. Había sido lanzada por la entonces Unión soviética desde el cosmódromo de Baikonur y la trasportaba la nave Sputnik3 impulsada por un cohete Soyuz. El hecho –que sucedió muy poco tiempo después de la puesta en órbita del primer satélite artificial, también soviético-- aumentó enormemente el prestigio de aquella potencia, que así pretendía demostrar las ventajas del socialismo sobre los países capitalistas, los Estado Unidos de Norteamérica, fundamentalmente.

Laika, que realizó en realidad un vuelo suborbital, eclipsó las fundadas dudas que tenían los científicos y técnicos sobre las posibilidades de un ser vivo en esas condiciones.

Por lo que se sabe era, simplemente, un animalito callejero recogido a los fines del experimento científico. Su envío al espacio –y el de otros animales mucho menos difundido— demostró que se podían sobrellevar las fuerzas de gravedad en el lanzamiento, presión y, en los posibles tripulantes humanos, la carga y emoción psicológica. Fue también la primera víctima de la actividad espacial, ya que murió durante la misión, no se sabe si por recalentamiento de la cápsula, falta de oxígeno o eutanasia dirigida desde la Tierra.

Por cierto que la trascendencia de Laika fue enorme y justificada. Lo que no se supo, sin embargo, es que la Argentina también experimentaba sobre vuelos espaciales y que poco más de una década después se encontraba entre los países adelantados en la materia y lo demostraba poniendo en una órbita suborbital (del mismo tipo que la perrita soviética) a un pequeño mono de la selva misionera, nombrado Juan y que, con justicia, debería ser considerado el primer astronauta argentino.

El vuelo de Juan –exitoso, máxime que en esos años no llegaban a la media docena los países capaces de semejantes empresas— fue una muestra de la capacidad técnica y científica de la Argentina de aquellos años. El lanzamiento fue efectuado desde la base de Chamical, en La Rioja, y resultó el antecedente de planes mucho más ambiciosos en la materia que supo tener nuestro país.

El hecho, que bien mirado debió ser de gran trascendencia, fue olvidado rápidamente hasta borrarse de la memoria nacional. A ello contribuyeron, y no poco, la gran inquietud inglesa de que Argentina llegara a poseer cohetes de largo alcance, capaces de llegar a las islas Malvinas, y el apoyo de su aliado Estados Unidos, que poco tiempo atrás había puesto un hombre en la Luna y no quería ninguna clase de concreciones que alteraran el equilibrio militar en su patio trasero sudamericano. A la circunstancia se deben sumar los gobiernos entreguistas y vendepatrias, que prácticamente abandonaron la empresa y sus participantes, reduciendo prácticamente a la nada aquel emprendimiento tan prometedor y demostrativo de la capacidad nacional.

Juan, que sobrevivió al viaje, tuvo un destino final de exhibición en un zoológico de la ciudad de Córdoba. Del Programa Espacial Argentino y la base de El Chamical, desmantelada, no hubo más noticias, a excepción de que se trasformó en un campo de torturas y muerte durante los gobiernos militares.

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