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Los niños cotizan en bolsa, como el oro, la plata, el agua o el petróleo. Son tratados como mercancías. Y los programas de protección de la niñez son cáscaras vacías y no están a la altura de las prioridades. La historia de Loan nos vuelve a sacudir como sociedad.
Opiniones27/06/2024 Por Liliana Murgas (*)(APe).- Nuevamente tenemos a un niño desaparecido. No hay rastros de su presencia. Se lo tragó la tierra. Como a Guadalupe, a Sofía, a Hernán, y a muchos más.
Somos un país que grita, buscando desaparecidos. Aciaga historia que nos persigue en la memoria. Pero hoy, esta historia nos vuelve a sacudir, pero de otro modo.
Hoy los niños cotizan en bolsa, como el oro, la plata, el agua, el petróleo, las cosechas y no sé cuántas cosas más y constatamos como los niños, niñas y adolescentes son tratados como “mercancías”. No estamos afuera: los adultos también somos “objeto” de la parafernalia capitalista que nos está deshumanizando. La vivimos, pero podemos enfrentarla, si lo decidimos.
Este aparato depredador que analiza la realidad en tono de inversión, demanda y oferta, y la valora según la ganancia que genere, ha osado poner las garras en el bien más preciado que tiene la humanidad: las infancias.
Y volvemos a mencionar la flagrante contradicción: el tránsito de los siglos XX y XXI que estamos viviendo nos convirtió en testigos de lo que se ha denominado “el Siglo de Oro” de los niños: cambio de paradigmas, de la situación irregular a la protección integral, de objeto de atención a sujeto de derechos, de la dependencia a la autonomía funcional, tratados internacionales, avances legislativos, instituciones, organismos, personal idóneo, etc.
Pero registramos que hay algo que quedó como un núcleo duro en ciertas subjetividades: el hecho de considerar que uno se puede apropiar del otro para su propio beneficio goce o satisfacción, y que no hay ley que pueda modificar esa oscura intención. No hay otredad que valga.
Pero lo que lo hace más oscuro y perverso es incluir en esa tenebrosa intención a los niñas y niños, que solo esperan de los adultos, protección y ternura, encontrándose con seres que negocian con sus cuerpos, sus vidas, su destino.
Niñas y niños captados para explotación con propósitos sexuales, para la venta a familias que pagan por tener un hijo o para el trabajo Infantil. Todas estas clasificaciones responden a una sola premisa: apropiarse del ser, del cuerpo, de la inocencia, de los sueños, del futuro, de un niño. Desgajado de su familia, de su entorno social y hasta territorial, de su cultura, de su historia. Es un acto de lesa violencia que se homologa a un suicidio en progresión cuando se daña a los propios pichones.
La indefensión propia de la edad, las múltiples vulnerabilidades a las que están expuestos los niños, niñas y adolescentes provocadas por diversas causas -que van desde sus propias familias hasta las condiciones personales, sociales y territoriales en las que están sumergidos- hacen de ellos, una presa codiciable a los ojos de los perversos que consideran a la inocencia un rasgo a ser arrebatado por diversión.
Nos cuesta aceptar como sociedad que una parte de ella abona esas crueldades. Desde los que captan, trasladan y entregan, los cómplices cercanos, los institucionales, hasta los que consumen el insumo fresco, lo exponen, lo retratan, lo difunden. Todo un circuito organizado y subterráneo a cambio de dinero. Y de mucho dinero.
Poco se investiga, de esto no se habla, y además se olvida. Hasta que un Loan nos lo recuerda.
La trata y explotación sexual infantil ha sido considerada uno de los tres negocios más rentables de la humanidad y está a la altura de la industria de las armas, el narcotráfico y la prostitución que la incluye.
Los programas de protección de la niñez son cáscaras vacías y hay pocas políticas públicas que la coloquen a la altura de las prioridades. Tristemente debilitados y en estas circunstancias comprobamos, una vez más, su fragilidad institucional.
(*) Desde Comodoro Rivadavia. Integrante del Foro Infancia Robada de Chubut.
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