La guerra supo tragarse a los jóvenes. A los que empujaron a sus fauces sin conocerla. Sin saber hacia dónde iban. Ahora adolescentes como aquellos viven sus propias guerras en los barrios. Y no saben que preparan para ellos un regreso del servicio militar. Para reforzarles la obediencia.
Opiniones03/04/2024 Por Martina Kaniuka
(APe).- El grueso de las tropas argentinas destinadas en 1982 a las Islas Malvinas fueron conscriptos: más de 12.500 jóvenes de entre 18 y 20 años de edad, pibes de las clases ‘62 y ‘63, de clase media baja, hijos de los barrios populares que -obligados a hacer la colimba y sin ningún tipo de preparación militar- no llegarían a festejar su cumpleaños número 19.
649 hombres murieron en la guerra: 323 en el hundimiento del crucero Belgrano y el resto en las islas, combatiendo contra los ingleses. El 20 por ciento de los que no volvieron eran descendientes de pueblos originarios: son alrededor de cien los ex combatientes qom, wichí, mocoví y mapuche. Muchos llevados a combatir engañados y ninguneados a la hora de recibir asistencia después de la guerra.
Y como la historia la escriben los vencedores, también marcharían ahora los mismos pibes que, en el mundo de la igualdad de oportunidades, nacieron sin ellas.
Y mientras los medios de siempre relatarían la gesta de una gran victoria nacional con páginas llenas de bazofia a puro color, se irían los Rafael Nahuel a pelear por la tierra que hoy pertenece a capitales de apellido extranjero y les niega una porción de su propia historia. Marcharían los Santiago, que sin bandera alguna, portarían la solidaridad como un arma caliente. Marcharían los Facundo munidos de sus infancias duras de potrero, los Luciano que dijeron no y cada pibe que se hubiera podido escapar de las balas de los agentes de las fuerzas de seguridad del estado.
Porque, para ellos, esta aparente paz sólo esconde sus cotidianos días de guerra.
Esta reforma laboral es la misma que se impuso con sangre y desapariciones durante la dictadura. Hoy miles de jóvenes sin recibo de sueldo ni obra social, crecidos en la prédica antisindical y antipolítica, en medio del consumismo y el individualismo la miran con simpatía. Pero sin derechos laborales no habrá vida mejor para nadie.
Los mensajes de navidad nos transmiten que es un tiempo de paz y amor como mecanismo de imposición de la felicidad a pesar de que no tengamos un plato de comida y no podamos cubrir las necesidades básicas. Al igual que obligaron a Jesús a abrigarse entre animales poniéndolo en el lugar de una bestia, en la actualidad a muchos seres humanos se los ubica en el mismo lugar para el sometimiento y explotación.
Hay un deja vu recargado. Ajuste laboral, despidos, cierre de fábricas y la reivindicación presidencial de tres vectores para la economía que no generan trabajo real. Horas cruciales para una reforma laboral que buscan colar en tiempos de desazón colectiva, con el aval de conniventes seriales. Dar sentido a la memoria histórica resulta crucial para la resistencia.
Freud y Agustín discuten por la preminencia de las palabras o las cosas. Tiranía y democracia pueden ir juntas. La palabra democracia apunta a una cosa no democrática. La palabra mentirosa, corrupta, es el arte negro de las derechas. Las palabras “extrema derecha” ocultan que toda derecha es extrema.
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