
Javier Milei no ganó solo una elección, ganó una narrativa. Su triunfo fue el desenlace de una larga decadencia política, económica y moral. Argentina no votó por un programa, votó por un grito.




Comenzó en Alemania, seguida inmediatamente por los Países Bajos. Luego, por supuesto, los franceses, siempre dispuestos a aprovechar los vientos de protesta. Y amplificarlos.
Opiniones06/02/2024 Andrea Marcigliano
(electomagazine) Se ha extendido, y ahora también en Italia. Ante el vergonzoso silencio de los medios de comunicación, de los políticos de todos los partidos (mayoritarios y de la oposición), de los intelectuales... de las más altas instancias del Estado, en primer lugar el Quirinale...
La revuelta de los campesinos. La revolución de los tractores. Miles, decenas de miles que bloquean todas las carreteras de Europa. Que marchan sobre las capitales. Y de todo esto, escasas noticias en los periódicos locales, bajo el título "problemas de tráfico". Como si se tratara de un problema de tràfico.
Sin embargo, no hay que caer en el error de que se trata de una mera protesta por motivos fiscales, de fondos, de subvenciones. La propia amplitud y extensión, así como la forma, de esta revuelta es un indicio de algo más.
Piénselo... empezó justo antes del Foro de Davos. Y ha ido creciendo.
Un Foro en el que se habló mucho de agricultura. En todos sus aspectos. La planificación... la muerte de todo el sector.
¿Estoy exagerando? Klaus Schwob, con sus vestiduras de Sumo Sacerdote, soltó, sin freno, discursos que llamarlos alucinantes es quedarse corto. Como: hay cuatro mil millones de hombres en el mundo que comen inútilmente. Consumen recursos, sin ser útiles para nada.
Traducido: debemos reducir la población mundial casi a la mitad. Hay que eliminar a cuatro mil millones. Sic et simpliciter. Y nadie, absolutamente nadie ha pestañeado. Normal, de hecho consecuente con las políticas que Davos, y los "poderosos" que acuden allí en peregrinación, están aplicando. Y, en cuanto pueden, imponen por coacción en todas partes.
La pauta no es la sospecha de algunos, infatigables, conspiracionistas o terraplanistas. Es de una evidencia desconcertante, y emerge muy claramente de los documentos y propuestas que circulan. En el silencio absoluto (o casi absoluto) de los medios de comunicación. Y en la aquiescencia supina de la (llamada) opinión pública.
Destruir la agricultura europea. Es decir, el sector primario de la economía. Y la fuente de la vida. Fácil de hacer, estrangulando a los agricultores con impuestos y planes usureros. Fácil de hacer, dado el control de bancos y financieros.
Los agricultores obligados a vender. Y sustituidos, en la propiedad de la tierra, por empresas productoras de energía solar. Con paneles. Que no contaminan, dicen. Mientras que el ganado y los cultivos sí lo hacen. Y esto explica la financiación de los grupos de presión pseudoambientalistas, y el énfasis, en los últimos años, en Greta y sus "gretinos".
La empobrecida producción agrícola europea será sustituida por importaciones de países donde no hay control de la calidad y la seguridad de los productos. Y donde abunda la mano de obra barata. Es decir, esclavos.
Y, a continuación, incentivar la introducción de alimentos alternativos. Insectos, carne sintética...
La comida normal y sana estará destinada a unos pocos. A los pocos elegidos. A ellos, en definitiva. Los demás pueden morir. O mejor dicho, deben hacerlo. Así lo dejó claro el Sumo Sacerdote de... Davos.
Los tractores que marchan sobre Berlín, que asedian París, que desfilan por las calles y carreteras de Italia en estas horas, representan mucho más que la protesta fiscal de una categoría específica. Más allá de lo que piensen los agricultores individuales que los lideran, se trata de una Revuelta de la Tierra.
Contra las fuerzas abstractas del dinero. Que quieren hacerla estéril.
Es una batalla entre figuras míticas. Que parecen, hoy en día, encarnarse detrás de instituciones y acontecimientos sociales.

Javier Milei no ganó solo una elección, ganó una narrativa. Su triunfo fue el desenlace de una larga decadencia política, económica y moral. Argentina no votó por un programa, votó por un grito.

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