
Son las víctimas de nuevas formas de esclavitud. Pibas captadas a través de ofertas seductoras en redes digitales, a través de influencers o con propuestas de ganancias inalcanzables. Un modelo que no hace más que exhibir oropeles y pompas en vitrinas inalcanzables que deslumbran. Pero que les quedarán siempre lejanos.







La pauta no es la sospecha de algunos, infatigables, conspiracionistas o terraplanistas. Es de una evidencia desconcertante, y emerge muy claramente de los documentos y propuestas que circulan. En el silencio absoluto (o casi absoluto) de los medios de comunicación. Y en la aquiescencia supina de la (llamada) opinión pública.












