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El dato surge de una encuesta realizada a 499 jóvenes, de 25 años de edad en promedio, que cursan estudios universitarios.
Sociedad26/06/2023 Lucas Viano
El relevamiento detectó que quienes tenían mayores niveles de estrés y depresión tendían a consumir alimentos ultraprocesados e hipersabrosos para afrontar esta emocionalidad negativa y olvidarse de las preocupaciones. Esas malas conductas alimentarias se vuelven perjudiciales cuando se sostienen en el tiempo y se transforman en un patrón de conducta. La adicción a los alimentos es un factor de riesgo poco estudiado para la obesidad y el sobrepeso.
Generalmente se asocia el sobrepeso y la obesidad a un consumo excesivo de comida. Sin embargo, es posible que detrás de esa conducta exista una adicción a los alimentos.
Los estados emocionales negativos –como el estrés y la depresión– son algunos de los factores que pueden desencadenar esa adicción, según un estudio de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), que analizó estos mecanismos en estudiantes de nivel universitario.
Jóvenes que atraviesan situaciones de estrés o depresión porque les fue mal en un examen, o porque no se adaptan a su nueva vida universitaria, corren el riesgo de experimentar alteraciones de sus conductas alimentarias como respuesta a esas emociones negativas: comer para olvidarse de las preocupaciones y sentirse mejor.
“Algunas personas utilizan los alimentos como automedicación. Ingieren estos productos ultraprocesados, hipersabrosos y con alto contenido energético como una forma de disminuir el malestar emocional que están atravesando”, explica Macarena Fernández, investigadora del Instituto de Investigaciones Psicológicas (Iipsi) dependiente de UNC y Conicet, y primera autora del trabajo.
Ejemplos de alimentos ultraprocesados son chocolates, golosinas, galletitas, helados, snacks, gaseosas y comidas rápidas, como pizzas, lomitos y hamburguesas.
A través de una encuesta a 499 jóvenes de 25 años de promedio de edad, detectaron una asociación entre estados emocionales negativos con los síntomas de la adicción a los alimentos.
“Encontramos que quienes tenían mayores niveles de estrés y depresión tendían a consumir alimentos ultraprocesados para afrontar esta emocionalidad negativa. Ese mecanismo sostenido en el tiempo es lo que podría facilitar el desarrollo de síntomas de adicción a los alimentos”, asegura Fernández.
El trabajo fue publicado en la revista International Journal of Mental Health and Addiction. Otras personas que realizaron el estudio son Angelina Pilatti (Iipsi) y Ricardo Pautassi, del Instituto de Investigación Médica Mercedes y Martín Ferreyra.
La investigadora asegura que la adicción a los alimentos es un factor de riesgo de la obesidad poco estudiado y que debería tenerse en cuenta a la hora de diseñar políticas de prevención e intervención.
No hay trabajos sobre qué tan común es la adicción a los alimentos en Argentina. Y a nivel internacional se estima que la prevalencia entre adultos es del 14%, según un metanálisis que combinó varios estudios sobre la temática.
De todas formas, Fernández aclara que detrás de la obesidad hay múltiples causas, más allá de la adicción a los alimentos. Aunque esta última debe ser considerada como un factor de riesgo para el desarrollo de la obesidad. En otras palabras, la adicción a los alimentos aumenta la posibilidad de aumentar de peso en aquellas personas que la padecen.
No obstante, la industria de los alimentos también hace un importante aporte para que las personas desarrollen un consumo problemático de alimentos ultraprocesados e hipersabrosos. “La aparición de los alimentos ultraprocesados cambió nuestros hábitos. Se empezó a reemplazar la comida en casa por comer afuera, la comida casera y los alimentos frescos por estos productos”, cuenta Fernández.
El problema es que estos alimentos se caracterizan por ser ricos en grasas, sal y azúcares muy refinadas, que los hacen hiperpalatables. Por su rápida absorción, generan efectos casi inmediatos.
La especialista explica que estos alimentos –al igual que el alcohol y el tabaco–, activan regiones del cerebro que regulan la recompensa, la emoción y la motivación. Además, por su composición nutricional no encienden las señales de saciedad que se logra con, por ejemplo, frutas, verduras y legumbres. La persona nunca está llena, aunque siga sumando calorías.
Las y los estudiantes de la universidad son una población especialmente atraída por estos alimentos. En muchos casos, están comenzando a independizarse de sus familias y tienen que aprender a cocinar, elegir los alimentos y coordinar eso con las demandas sociales y académicas de la vida universitaria.
En este sentido, es una edad de mucha vulnerabilidad para desarrollar conductas de alimentación poco saludables. Además, como en esta etapa todavía el cerebro está en desarrollo, este grupo etario también es más vulnerable a desarrollar consumo problemático de sustancias.
La investigadora aclara que no necesariamente las personas que están estresadas o deprimidas desarrollarán una adicción a los alimentos. Y no todas las adicciones a los alimentos tienen como causa estos estados emocionales negativos. Precisa que es importante entender que se habla de fenómenos probabilísticos: la presencia de un factor de riesgo o de protección va a influir en la probabilidad de que determinado resultado ocurra, pero no determina ese resultado.
El consumo se vuelve problemático cuando hay una pérdida de control sobre la ingesta y se observan indicadores de abstinencia, como sentir antojos intensos para los alimentos cuando no tenemos acceso a ellos. “Hay adicción cuando el consumo de esa sustancia afecta a las actividades de la vida personal, social y laboral”, asegura Fernández.
Y agrega: “Comerme un alfajor después de que me fue mal en un examen no constituye una patología. Pero cuando ese hábito se produce de manera repetida y se convierte en un patrón, puede transformarse en un consumo problemático. Y eso puede tener consecuencias en la salud, como obesidad o diabetes”.
Para la investigadora un aporte muy importante de este trabajo es que habilita hablar del tema. “Hay que ayudar a quitarle el estigma a las personas que se sienten fuera de control con las comidas. Y también llamar la atención sobre el papel que está cumpliendo la industria alimentaria con la creación de productos que están diseñados para generar adicción”, señala.
A partir de este trabajo y de otras publicaciones similares, Fernández piensa que deberían diseñarse programas de prevención e intervenciones que ayuden a jóvenes a adoptar estrategias de regulación emocional más saludables que no sea la de comer alimentos ultraprocesados.
“En el período de exámenes universitarios algunas facultades tienen talleres de regulación emocional. Otra intervención de vital importancia es la educación nutricional. Empezar a hablar de temas como la importancia de cocinar y comer en casa, elegir alimentos naturales y reducir el consumo de ultraprocesados”, detalla.
Según la investigadora, la ley de etiquetado frontal que ya está vigente en el país es un avance importante que va a ayudar a que las personas conozcan e identifiquen rápidamente cuáles son los productos que tienen ingredientes nocivos para la salud.

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