¿Comerse a los ricos?

Opiniones06/11/2022 Sarah Babiker
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Últimamente en las redes sociales, en las animadas conversaciones que van de internet a las sobremesas y de las charlas de amigos a las tertulias televisivas, noto crecer la rabia, un crepitar inmoderado, una indignación largamente macerada hacia esos grupos de gente que vive desgajada de los límites y de las intemperies, llevando una existencia injustificable, insostenible y a todas luces insultante lejos del democrático miedo a no llegar a fin de mes, a no tener acceso si quiera a lo imprescindible después de haber peleado tanto.
Es en los tiempos en los que la precariedad se hace más evidente e insoslayable, cuando el aliento real de la escasez se siente sobre la nuca, ante la caja del supermercado, en la perspectiva de pasar frío en invierno, o no llegar a cubrir las necesidades de los tuyos, cuando se activa con más lucidez ese desasosiego interno. Sucede cada vez que ves a alguien con mucho dinero y poca vergüenza pidiendo que se cuide a las rentas más altas, cuestionando los impuestos, diciendo estupideces a miles de años luz de las preocupaciones del prójimo. En este marco, cuando los derroches de los otros se vuelven insoportables, y ya no hay quien tolere sus pretensiones de salir indemnes de la escasez que afecta a tantas.
Ese cabreo proletario, el queme de los de abajo, es la gasolina necesaria para que se mueva el motor de la historia hacia un reparto de lo existente más justo, más humano. Es la pócima mágica de Astérix, que debemos ingerir para ser más fuertes que la mierda neoliberal que se ha extendido por los discursos y subjetividades para instalarnos la cantinela de que hay para quien se merece, y quien no tiene es que no se lo gana, que debemos aspirar a acumular, aislados de los otros, impreocupados por la miseria que nos rodea.
Es patente que hay ganas de reírse de los ricos, personalizar la venganza en una cara que aparece repetitivamente en las pantallas, en forma de it girl aristocrática, de cayetana desmesurada, o de pijo militante. Hay mucha risa, mucha guasa con la gente de un rico caricaturesco. Es gratis y reconfortante, como actividad colectiva, encarnizarse con cualquier mindundi intoxicado con su propia abundancia hasta el punto de vivir totalmente desconectado de este mundo. A ratos no conseguimos trascender los crueles señalamientos personales, cuando el problema trasciende lo personal, es estructural y no hay meme que lo desactive.
No sirve de nada comerse a los ricos, pero sí asumir que se tiene derecho a comerse una parte de lo suyo, que hay que comerse lo de los ricos cuando hay gente con hambre, que hay que obligarles a ser menos ricos. ¿Odiamos a los ricos? Lo que odiamos es tener que escuchar cómo justifican sus privilegios con los argumentos más perezosos, que si se suben los impuestos llegará el paro y el averno, que hay que cuidar a los empresarios porque entonces quién levantará el país. No es solo legítimo, sino de se sentido común, odiar a quien hace apología del egoísmo como si eso fuera lucidez, odiar a quienes se benefician del empobrecimiento ajeno. ¿Cómo no nos van a dar ganas de comernos a los ricos?
(Sarah Babiker, rebelion.org)

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