
Cada año se fabrican en el mundo 12 mil millones de balas. Esta nochebuena dos nenas de 8 y 12 resultaron gravemente heridas por proyectiles que alguien arrojó al aire para festejar. Un hombre mató a otro porque le molestaban los ruidos de los fuegos artificiales. Todo en un país que va camino a una liberación del uso de armas de fuego.







De la Universidad Técnica del Estado, donde era docente, se lo llevaron junto a otros seiscientos que fueron recolectando desde los nidos de militancia. Los llevaron a todos al Estadio Chile, convertido en un centro de detención y tortura. Los oficiales que lo reconocieron lo dejaron aparte y se ensañaron particularmente con esa voz que era la de aquellos que enmudecerían a palos durante los años que vendrían. Lo golpearon brutalmente. Y él sonreía. Así, hecho un jirón de su propia tierra ensangrentada, lo mostraban –sin darle de comer ni de beber- como una viñeta de la dictadura que comenzaba.
Creyeron que te /mataban con una orden /de ¡fuego! /Creyeron que te /enterraban /Y lo que hacían /era enterrar una semilla. Así lo dijo Ernesto Cardenal, poeta de la revolución nicaragüense.











