La entrega del poco país que va quedando

Los más empobrecidos, los nacidos de vientres desdichados, poco quieren saber de elocuentes discursos, solo tienen la convicción de que todo recaerá sobre sus espaldas. Sus miradas se posan sobre la mercadería secuestrada en vidrieras de un mercado impiadoso en los que la “libertad de comprar y vender” no figura en el catálogo de sus derechos.

Opiniones02/09/2023 Laura Taffetani
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(APe).- El día siguiente a las elecciones PASO, después de una jornada de sabor amargo con aire de democracia vacía, la mayoría del pueblo argentino amaneció desnudo y sin nada qué ponerse: el gobierno nacional había devaluado nuestra moneda ya agonizante en un 22% de un solo saque.
Como era de esperar, los precios escalaron rápidamente por las nubes que ensombrecieron el cielo argentino al compás del capital financiero.
Y mientras el fantasma de Milei horrorizaba las conciencias progresistas por la posibilidad de perder libertades civiles y políticas -sin dudas preocupantes-, la noticia de la devaluación no figuró en ninguno de los discursos del apocalipsis venidero.
Luego de la aprobación del acuerdo con el FMI está claro que, la caída libre de nuestro peso poco tuvo que ver con el resultado electoral, excepto en la oportunidad para hacerlo. El Fondo impuso sus condiciones y el gobierno actual, obediente a los imperativos del Norte, las aceptó puntillosamente continuando con la entrega del poco país que va quedando, incluso de lo más preciado que puede tener un pueblo que aspire a su autodeterminación: su dignidad.  
Pero los más empobrecidos, los nacidos de vientres desdichados, poco quieren saber de elocuentes discursos, sólo tienen la convicción de que todo recaerá sobre sus espaldas.
Sus miradas se posan sobre la mercadería secuestrada en mostradores y vidrieras de un mercado impiadoso para las almas desterradas del paraíso en los que la “libertad de comprar y vender” no figura en el catálogo de sus derechos.
En este contexto, sienten que no hay dios ni demonio que los pueda ayudar. Por eso es inevitable que la rabia se sienta justa y cuando se asoma una mínima posibilidad de tomar cualquiera de esos bienes inalcanzables se convierta en necesidad irrefrenable.
El sistema sabe que la herramienta más eficaz para acallar protestas de las crueles medidas que impone, además de hacer uso de la fuerza, es quitarle su legitimidad y fundamento. Frente a la ola de saqueos que se vienen sucediendo en distintos puntos del país, los medios de comunicación – y el gobierno- oscilan entre culpar a bandas organizadas que quieren desestabilizar la democracia o la presencia de jóvenes inadaptados que siempre están al acecho y rugen por las calles descontroladamente.
Pero lo que no está en agenda, ni en discusión, es la causa del descenso estrepitoso, en tan solo un día, del sustento de miles de familias, ahora aún más empobrecidas bajo sus dientes mudos. Tampoco lo está el alza de la línea de pobreza que arrastrará a otros millones de argentinos y de argentinas a los sombríos terrenos de la exclusión. Porque si cobráramos verdadera dimensión humana de las consecuencias de la política económica adoptada, cae de maduro que importa poco si los saqueos son incentivados u organizados.  
El maestro Freire nos enseñó que en un mundo de explotación no hay neutralidad posible, que sólo hay dos orillas en este río de capitalismo salvaje que sacude a la humanidad y que cada educador o educadora debe ser consciente de que en su accionar o no accionar, inevitablemente, se encuentra en una de las dos orillas.
Hemos visto durante décadas cómo millones de personas fueron siendo arrinconadas en la pobreza; como creció la población que duerme a la intemperie en las calles de nuestras ciudades, así como los niños y las niñas que revuelven la basura en un país inmensamente rico en sus recursos cuya maldición es la abundancia de los que pocos se apropian.
En estos tiempos sombríos, no es muy complejo encontrar las respuestas, lo realmente difícil es construir los caminos necesarios para lograrlo. Pero al menos podemos tener una certeza: la senda no va por los caminos ya trazados, hay que construir nuevos y sólo nuestras manos, en abrazo colectivo, pueden hacerlo. ¿Has decidido en qué lado de la orilla vas a transitar en estos momentos?

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