De carne de cañón a carne de perversión

Hace poco escribí -dice Alfredo Grande- que la pedofilia no era una orientación sexual sino una desorientación mental. Ya que vulneraba el principio general de equivalencia, base de la cultura no represora. En otras palabras: la pedofilia supone una relación jerárquica, la más atroz de las asimetrías. Pero los manifiestos pedófilos lo equiparan con cualquier orientación sexual.

Opiniones02/05/2023 Alfredo Grande
Editorial1

(APe).- A la expresión “carne de cañón” siempre la asocié a la infantería, fuerza militar integrada por adolescentes y niños. Infantes. Y era para hacer gastar bala al enemigo. Consultando la versión digital del Pequeño Larousse Ilustrado, cuya identidad autopercibida es Wikipedia, leo:  Los cañones, cuando se utilizaban contra las cargas de caballería o de infantería no utilizaban balas, se los llenaba con metralla y trozos de cadena. De modo que, al disparar expandían una nube de fragmentos y de cadenas girando a enorme velocidad que actuaban como una picadora de carne, arrancando brazos y piernas y haciendo agujeros tremendos en los torsos de las primeras filas. A los que venían detrás les quedaba el horror de ver saltar hechos pedazos a sus compañeros y ser salpicados por su sangre, golpeados por sus miembros y pasar a la primera fila, lo que les garantizaba ser los próximos en cuanto los cañones volvieran a estar cargados y disparar. Demasiado ilustrativo.
Podría decir que al igual que la Santa Inquisición, la cultura represora odia la sangre. Incluso prefiere, mientras se pueda, que parezca un accidente. Cuando son demasiados, hasta el santo desconfía, pero el diablo está seguro.
Hace poco escribí que la pedofilia no era una orientación sexual sino una desorientación mental. Ya que vulneraba el principio general de equivalencia, base de la cultura no represora.  En otras palabras: la pedofilia supone una relación jerárquica, la más atroz de las asimetrías. Sin embargo, creo que además de ser una desorientación mental, es una orientación cultural. Los manifiestos pedófilos lo equiparan con cualquier orientación sexual.  Por ejemplo: la homosexualidad. Pero omiten, no por desconocimiento, sino incurriendo en lo que se denomina doctrina de la real malicia, que la sexualidad tiene dos matrices: la pulsional y la vincular.  No pueden estar aisladas.  La pulsión sin vínculo es mera cantidad sin cualidad.  El vínculo sin pulsión es una abstracción inoperante.
En la pedofilia, sin entrar a discutir la diferencia con pederastia porque no me ocupo de los discursos de encubrimiento, la mutualidad de la matriz vincular está mutilada. El deseo es unidireccional. Se mutilan etapas, vivencias, experiencias.  Es una violación sexual y vital. Y como dice el evangelio, por sus frutos los reconoceréis. 
Niñas y niños quedan marcados de por vida. Los que sobreviven son pocos. Los que subviven son muchos más. Pero es otra forma de robar la infancia.  Como el hambre, el frío glacial, el calor abrasador, las enfermedades que origina la desnutrición.
Lo que pienso, y corro el pequeño riesgo de equivocarme, es que nada de esto es ámbito del código penal ni de prácticas punitivistas. Porque la justicia por mano ajena que algunos denominan Poder Judicial es siempre justicia clasista y patriarcal y nunca servirá para que los dueños del poder sientan tronar el escarmiento.
Lo sabemos: en el capitalismo las cosas, especialmente las mercancías, son personas. Quizá personas no humanas, pero personas.  Y las personas son cosas, y en la mayoría de nulo valor agregado.  No hay derechos: hay desechos humanos. La pequeña, pequeña, pequeña diferencia, si es que la hay, es pasar de carne de cañón a carne de perversión. Demasiado pequeña.  Demasiado.

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