Deudas y saqueos: De la resignación al protagonismo

Lo que sigue es el prólogo de un nuevo libro de Carlos del Frade. Investigación periodística y denuncia política cultural sobre los dos siglos que se cumplirán en julio de 2024 del empréstito de la Baring Brother. Pero lo económico y financiero es solamente una parte de una imposición cultural y política que viene desde hace tiempo y que nos sumerge en el más profundo individualismo.

Opiniones21/05/2024   Por Carlos del Frade
del frade

(APe).- La palabra deuda apareció en el idiom1a castellano en el año 1206 y derivaba de deber, sustantivado en el sentido de “obligación moral”, cuenta Joan Corominas en su imprescindible “Breve diccionario etimológico de la lengua castellana”.

Agrega que con la aparición del vocablo también surge el masculino “deudo”, antes obligación hasta 1140.

Las personas que deben devienen, según la evolución de las palabras del castellano, en deudos, gente apesadumbrada, entristecida por el peso de esas obligaciones.

Este significado entraña un concepto más cultural y social que económico. La idea de este manual que intenta generar pensamiento crítico es vincular la permanente avalancha de información sobre la deuda externa eterna del pueblo argentino con la necesidad de los intereses concentrados, vernáculos y extranjeros, de mantenernos deudos, entristecidos, subordinados desde la cabeza.

En tanto, el vocablo deudor comienza a utilizarse en el año 1219.

Lo cierto es que en aquel siglo XIII la sociedad europea era feudal. La graficada en “Juego de Tronos” o “El nombre de la rosa”.

Unas pocas personas sabían leer y escribir y las mayorías estaban condenadas a vivir de las sobras de los castillos.

En ese contexto la palabra deuda se origina como imposición de arriba hacia abajo.

En este tercer milenio parece vivirse un neofeudalismo y la presencia de las supuestas obligaciones de los pueblos del sur del mundo consolida la vieja herramienta de dominación no solamente económica.

Por su parte, la palabra saqueo deriva del árabe ziqq, vulgarmente zaqq que significa odre y apareció en la lengua castellana en 1475, en el siglo de la conquista de América. Zaquear, en tanto, procede del año 1739.

Sinónimos de saqueo son saqueamiento, sacomano, pillaje, asalto, robo, atraco, latrocinio, rapiña, depredación, desvalijamiento y expoliación. “El saqueo la toma o el apoderamiento ilegítimo e indiscriminado de bienes ajenos: por la fuerza, como parte de una victoria política o militar; en el transcurso de una catástrofe o tumulto, como en una guerra, o bien pacíficamente, aprovechando el descuido o la falta de vigilancia de bienes”, coinciden los diccionarios.

Es importante destacar la última parte de la definición: “aprovechando el descuido o la falta de vigilancia de bienes”, un concepto relacionado con la configuración de estados bobos y cómplices, funcionales al rol de semicolonias de muchos países del tercer mundo, todavía hoy en pleno tercer milenio.

Una particularidad histórica que puede observarse en los diccionarios es que “el pillaje estaba autorizado por las leyes militares romanas. Se permitía una vez dada la señal, que consistía en levantar como estandarte una lanza enrojecida en sangre. Durante la Edad Media se consideró lícito el pillaje hasta que en 1590 el rey de Francia Enrique IV prohibió que el saqueo de las ciudades durase más de 24 horas. Con todo, se conservó el pillaje en las colonias europeas de África con el nombre de razzias, so pretexto de que es una de las formas necesarias de la guerra en las condiciones en que allí se verificó”. Ese concepto de razzias como sinónimo también de saqueo es muy singular para el contexto histórico argentino.

Agregan los diccionarios que “el saqueo de los bienes a los pueblos conquistados se acrecentó durante las guerras napoleónicas. Napoleón comenzó su saqueo del patrimonio artístico en Bélgica y Holanda en 1794, con la excusa de crear el Museo Napoleón, como símbolo de poder y cultura, el que posteriormente se convertiría en el museo del Louvre”.

Lo cierto es que así como dijimos en función de las deudas, también los saqueos necesitan ser culturales, informativos y de conciencia histórica para anular las resistencias populares y la pertenencia colectiva.

En este año 2024, la deuda externa argentina cumple su primer bicentenario.

En el año de los doscientos años, el estado nacional deberá pagarle al Fondo Monetario Internacional nada menos que 7.700 millones de dólares.

Desde Rivadavia y la Baring Brothers a Javier Milei, el peso de semejante presión económica y política es soportado por las grandes mayorías que habitan la geografía del sur del mundo.

A lo largo de estos dos siglos, la vigencia del endeudamiento redujo casi a cenizas el recuerdo de la independencia nacional supuestamente alcanzada el 9 de julio de 1816.

Las riquezas producidas por la ciudadanía terminan muy lejos de la cercanía de sus necesidades.

Pero la extranjerización de riquezas no es solamente dinero, sino también exilio de pensamiento crítico, autoestima nacional y defensa de lo propio.

La conciencia histórica, herramienta básica para el sentido de pertenencia colectiva, parece haberse sepultado ante el agobio de los números de la inflación y los precios, esa brutal transferencia de ingresos desde los sectores populares a los concentrados de la economía semicolonial.

Por eso este libro no pretende sumarse a la extraordinaria lista de obras que tienen figuras notables como Raúl Scalabrini Ortiz, Norberto Galasso, Alcira Argumedo o Eric Calcagno.

La principal idea es que nosotros debemos exigir cobrar lo que nos deben después de tantas formas de saqueo permanente en estos dos siglos.

Es hora de protagonizar el cobro de los que nos robaron.

Somos acreedores.

Para semejante operación conceptual hay que generar un pensamiento emancipador: recuperar la calle de la cabeza.

Desde las palabras arrebatadas a tomar conciencia del número en millones de dólares que las principales potencias de Occidente les deben a los pueblos sudamericanos.

Por eso en este libro le damos importancia al saqueo cultural y el robo de la conciencia histórica como elementos fundamentales para consolidar el desprecio por lo propio y la casi aniquilación del sentimiento colectivo de pertenencia.

En el capítulo cuarto, por ejemplo, hablamos de las palabras saqueadas y violadas. Eso supone recuperar la calle de la cabeza. Pensar con autonomía. Emancipación intelectual.

Y, por otro lado, la mentira dentro nuestro. Palabras que vienen del kimbundú, del continente africano explotado y que, sin embargo, están presentes en nosotros con el significado de las clases dominantes, de la mirada esclavista. No es un hecho casual. Es una herramienta del poder concentrado, no solamente económico, sino también cultural y educativo.

En el capítulo quinto sumamos 30 hechos de los pueblos originarios absolutamente censurados de la enseñanza de la historia nacional. Y cada una de las personas que hoy formamos parte de la Argentina tenemos hasta un 70 por ciento de ascendencia de “nuestros paisanos los indios”, como decía San Martín. Esa negación no solamente justificó la discriminación si no también ocultó el exterminio y la conciencia de pertenencia. No somos descendientes de los barcos, solamente.

En el capítulo 7 analizamos la historia de Santiago de Estero como territorio donde por primera vez se produce un ecocidio, la multiplicación de excluidos y la justificación de ambos delitos colectivos a través de la inversión de las consecuencias. Las víctimas fueron calificadas de vagos. Mito que llega hasta el presente.

Porque la matriz del saqueo necesita de la eliminación de la conciencia crítica y la histórica para desterrar el protagonismo. Lógicas de transferencia de capitales y bienes comunes a favor de intereses extranjeros y minorías locales. Por eso la necesidad de ver que el ecocidio de La Forestal comenzó con un crédito internacional y derivó en la entrega de casi un tercio de la geografía santafesina. Delito que puede y debe ser reparado por una ley que devuelva a los pueblos del norte profundo los millones de dólares que se robaron en quebracho colorado los ingleses.

Por otro lado, el terrorismo de estado generó y parió una democracia encorsetada, en lo político, cultural, educativo y económico, con más de mil decretos todavía vigentes y la impunidad del sistema bancario y la supremacía de las inversiones extranjeras por encima de cualquier atisbo de estado atento.

Quebrar la resignación es el desafío en este bicentenario de la deuda externa argentina.

Desde los grandes medios de comunicación al dataísmo exacerbado que proponen los teléfonos celulares, la extranjerización no solamente de la riqueza si no también del protagonismo.

Consumidores consumidos de la receta de los saqueadores.

Apenas testigos del dolor que producen los intereses ajenos a las necesidades argentinas y sudamericanas.

O lo peor: creer que las ayudas sociales o los planes asistenciales configuran gastos innecesarios.

Porque la desinformación tiene como principal objetivo ocultar la identidad del opresor, del responsable de la multiplicación del dolor, tapa el nombre y apellido del delincuente de guante blanco.

Entonces se genera la idea que el problema no lo produce el que está arriba en la escala social si no el que está al lado o abajo.

Proceso de pedagogía de la cobardía.

El sistema capitalista enseña a descargarse contra los que menos tienen mientras deja impunes a los que concentran la riqueza en pocas manos.

Hay que romper esa pedagogía. Es antropófoga entre los habitantes de los sectores populares.

Consolida el doble principio del capitalismo, exaltación del individualismo y el consumismo.

Por eso hay que pelear desde lo más cercano a lo más lejano.

La Argentina es mucho más que la camiseta de la selección de fútbol.

Solamente se defiende lo que se ama.

Para eso hay que conocerlo.

El capitalismo lo sabe y enseña a despreciar lo propio y lo cercano, desde el idioma a la geografía.

Para que nadie defienda lo propio.

Para que sea inmolado en el altar de la eterna deuda externa, la que en 2024 cumple su primer bicentenario.

Hay que reconocer las deudas con los pueblos originarios, las comunidades afrodescendientes, las diversidades sexuales, las mujeres, la niñez y la población jubilada.

No se trató ni se trata de “crisis”, si no de saqueo permanente.

Romper con la deuda externa es recuperar la autoestima, la conciencia histórica y el protagonismo para transformar el presente.

Ser acreedores de nuestros saqueadores.

Las Malvinas son argentinas pero la Argentina también es argentina.

Como los bienes comunes y cada una de las personas que habitan este lugar que fue parido por miles y miles de anónimas y anónimos que se animaron a pelear contra lo que le decían que era imposible.

Es hora de cobrar y recuperar lo que nos robaron. La única forma de democratizar la felicidad.

El libro se presentará este miércoles, a las 18.30, en Corrientes 450, de Rosario. ↩︎

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