Las mentiras y el Conventillo

Dos obras fueron puestas en escena. Una en Morteros, «Vamos a contar mentiras», del español Alfonso Paso, y la otra en Brinkmann, «El Conventillo de la Paloma», de Alberto Vacarezza, un clásico de aquellos. Las dos representaciones entretuvieron y se lucieron ante una gran convocatoria de público que colmó las dos funciones realizadas por ambos grupos.
«Vamos a contar mentiras»
De Alfonso Paso (Adaptación)
Valiéndose de una buena adaptación temporal y espacial, el Taller de Teatro de Sociedad Italiana de Morteros, bajo la égida y la responsabilidad de Viuda Producciones, mostró una divertida e interesante obra para reír. El argumento, en esencia, no es más que la del mundialmente conocido cuento del pastor mentiroso, pero con una vuelta de tuerca. A «la mentirosa»,- porque aquí la protagonista es una mujer, que no miente sobre ovejas y lobos, sino sobre hechos de su vida y la de otros-, al final, que no le crean cuando dice la verdad, es algo beneficioso para ella y sale victoriosa de su aventura.
La obra se encuadra dentro de la corriente del «teatro de enredos», estilo teatral creado y muy bien trabajado por los autores españoles del siglo XVII, entre otros, por el gran Lope de Vega. Son obras de un dinamismo tremendo, en la que los personajes entran y salen permanentemente; las confusiones, mentiras, desencuentros, cambio y robo de identidades, chismes y malos entendidos, son las situaciones que desencadenan las acciones. Alfonso Paso, como buen español, es un digno heredero de sus antepasados, y supo, con ingeniosidad, adaptar aquel estilo a los avatares de la actualidad.
De compleja realización, el ritmo de la obra, esencial en este caso, es mantenido a rajatablas por los actores, todos, bastante sólidos en sus performances. Son destacables las actuaciones de Carina Bocco, como Julia, la mentirosa, quien lleva el peso de la obra, y de Chelo Ceballos, en el papel de Lorenzo, el amigo del matrimonio. Por momentos, hubo exageraciones y desbordes, pero los mismos no desentonaron, por el tenor desopilante de la pieza teatral.
La parte técnica en general, muy buena, como en todas las puestas de estos productores.
Es evidente que este grupo se está tomando el trabajo con mayor seriedad, elevando el nivel cultural de sus propuestas. Ya se vislumbraba este horizonte en uno de los montaje del año pasado, «Una terapia Amorosa» de Daniel Glattauer. Aplausos…por ahora.
«El Conventillo de la Paloma»
De Alberto Vacarezza
Obra icónica como pocas, fue la elegida por «Altro Che. Teatro». Taller Municipal de Teatro de Brinkmann. Es, sin dudas, el sainete más famoso de Vacarezza, y la obra de teatro más renombrada de la cultura argentina, representada cientos de veces, en diferentes épocas, en teatro, televisión y cine.
¿A qué se debe tanta fama y aceptación? Simplemente, porque es una metáfora perfecta de la formación social de nuestro país, en la década del 20, del siglo pasado, producto de la inmigración, lo que ratifica aquel remanido dicho: «los argentinos descendemos de los barcos». Cada uno con su idiosincrasia, en el patio de un conventillo porteño, españoles, italianos, turcos y criollos, defienden su dignidad y sus familias, más allá de venir en busca de un futuro mejor. Enfrentándose u ocasionando actitudes ingenuamente graciosas y ocurrentes, no claudicarán ante el avasallamiento de los valores que trajeron de sus lejanas tierras, o bien, los que se cultivan aquí.
Lo difícil de la obra está en los parlamentos, en imitar, de la forma más certera posible, el habla enrevesada de italianos, turcos, gallegos y porteños de los suburbios tangueros. En general, bien logrados, pero con altibajos. Se destacan, particularmente, el italiano Don Miguel, encargado del conventillo, y la pareja de turcos, especialmente él, el Turco Abraham. En algunos, fue notable el esfuerzo que hacían por mantener la pronunciación adecuada, lo que ralentizaba la obra o se hacía poco entendible, o bien, perdían la caracterización del personaje.
De cualquier manera, el tempo teatral se mantuvo bastante dinámico. Se dieron momentos muy bien logrados, como pequeñas joyitas escénicas. Por ejemplo, cuando Don Miguel le recita a Paloma sus versos, parado junto a la ventana del cuarto de la joven, o la escena de la fiesta, cuando Doce Pesos canta el tango, algo infaltable en cualquier sainete que se precie como tal.
Muy buena la selección musical, así como la escenografía de un patio de conventillo.
Difícil propuesta por donde se la mire, fue una elección audaz del director Jorge Lecroq, que supo salir del paso con soltura, poniendo en juego toda su vasta experiencia como director teatral. Aplausos para ellos, también.