El poder real y la agonía de la América Latina

La precarización laboral, la caída de la calificación en la formación de los trabajadores, la pobreza en alza y el deterioro progresivo de la calidad de vida en amplios sectores poblacionales es consecuencia directa del extractivismo indiscriminado.

Opiniones21/01/2023 Silvana Melo
Latino

(APe).- Las puertas del año que llegó, ya gastado por las olas polares en el norte y los oleajes de infierno en este sur, no conducen a los módicos paraísos con que está permitido soñar en ese tránsito. El 2023 encuentra a la América latina atravesada por el cambio brutal del clima, la extracción violenta de sus recursos naturales y el gobierno descarado del agronegocio y las multinacionales mineras.
Lula se asoma a su tercer gobierno –que parece que será más testimonial que transformador- con la iglesia evangélica, la policía bolsonarista y el agronegocio plantándole poder desde el parlamento y la calle. Argentina, con un gobierno que viajó en cinco minutos de las altas expectativas a la agonía de este fracaso, ya concedió abiertamente el poder político al poder real. Cuyos delegados más fieles asumirán, seguramente, en diciembre. La jefatura de asesores para el ex Ceo de Syngenta no envidia en absoluto al ex gerente de Monsanto que dejó su cargo para asumir el ministerio de Agroindustria en el gobierno provincial de María Eugenia Vidal. Una fotografía de cómo sucumbe la grieta ante la matriz productiva.
La precarización laboral, la caída de la calificación en la formación de los trabajadores, la pobreza en alza y el deterioro progresivo de la calidad de vida en amplios sectores poblacionales es consecuencia directa del extractivismo indiscriminado: la base de la economía de la mayoría de los países del sur de América son sus recursos naturales. Que son finitos, se acabarán en no demasiado tiempo. Y dejarán fosas no sólo en la tierra sino en la viabilidad misma de esos países.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en Argentina el 82,6% de sus exportaciones en 2019 fueron productos primarios. En Brasil, un 66,6%, en Chile el 85,9%, en Colombia el 77,9% y en Perú, el 88,6%. Las olas progresistas espasmódicas en el subcontinente no mueven el amperímetro del ecocidio ni de las matrices productivas encadenadas al agotamiento de los suelos. Por eso a los gobiernos no les interesa calificar trabajadores, formar, instruir ni educar para la transformación. La mayor parte de los niños en la Argentina (6 de cada diez) son pobres y caminan el ripio de ese extractivismo que los explota y los disciplina para la obediencia.
"El extractivismo va de la mano de la desigualdad”, dice la bióloga chilena Cristina Dorador. "No sólo es un tema económico de distribución de riquezas, sino que al haber poca regulación ambiental, los territorios se van degradando, causando graves problemas a la salud y la calidad de vida de las personas”. Las políticas basadas en la extracción “han impedido que países latinoamericanos puedan desarrollar sus propios conocimientos, ciencia y tecnología. Exportamos las materias primas y a la vez las tenemos que comprar elaboradas”, cierra Dorador. Un regreso circular a la época de la colonización española. Ahora con el Metaverso, la impresión 3D y múltiples banderas. Pero con los mismos grilletes para la misma esclavitud.

Herida en la Amazonía

En Brasil el avance sobre la Amazonía y los territorios indígenas provoca tragedias ya visibles y vislumbra catástrofes futuras. El genocidio de las comunidades está en proceso; el destierro compulsivo y la destrucción de su cultura y sus formas de vida transitan el camino extractivo de los gobiernos, que se profundizó en la era Bolsonaro y que le será muy complicado a Lula desandar. Más aun cuando privilegió la supuesta gobernabilidad en las manos de sus alianzas con la derecha.
La herida abierta en la Amazonía –que se sigue desangrando día tras día- comenzó públicamente cuando se abrió la Carretera Transamazónica (BR-230) en 1972, sobre la aniquilación de poblaciones indígenas y la tala de centenares de miles de kilómetros cuadrados de selva tropical. Los gobiernos militares y los siguientes, en la frágil democracia de los pueblos del sur, pusieron pie fuerte en el acelerador de la exportación primaria y la expansión de la frontera agrícola sobre territorios “inhabitables”. La misma selva amazónica que equilibra los procesos climáticos para que este cuarto de planeta no sucumba bajo el hielo, el fuego o la inundación sin repliegue.
Aun en pañales, la Transamazónica ya era un orgullo para Emilio Garrastazu Medici, militar que presidía Brasil.  En su discurso del 8 de octubre de 1970 explica que se trata de “explotar las reservas mineras y de fertilizar tierras vírgenes para hacer de ellas verdaderas ventajas económicas. De este modo, ocuparemos la Amazonía; un imperativo para el progreso y un compromiso de Brasil con su propia historia”. Durante el bolsonariato Amazonas ardió. Miles de hectáreas bajo el fuego dejaron al desnudo la expansión de la frontera civilizatoria para sembrar soja y extraer metales críticos (litio pero ejemplo) de uno de los reservorios de vida más portentosos del planeta.

Minerales críticos

Si la guerra contra la Amazonía produce el desquicio del régimen de inundaciones – sequías de toda la región, la extracción de minerales y su procesamiento desmantelan de agua dulce los depósitos naturales. El fracking para separar los hidrocarburos no convencionales de las rocas, el oro extraído a través de la lixiviación de cianuro, entre otros, son devoradores seriales del agua imprescindible para la vida. Además de generadores de una contaminación que socava la vida en su totalidad.
El litio es un mineral crítico que demanda el mundo tecnológico y que reserva la América pobre y expoliada. Este año, dicen las estadísticas, se producirán más de doce millones de automóviles eléctricos en el mundo. Para eso se necesitarán 625 mil toneladas de carbonato de litio. Los últimos niveles de extracción no superaron las 525 mil toneladas. Si a la industria de Elon Musk se suman los celulares y todas las variantes tecnológicas que utilizan baterías, es indudable que el litio de América de Sur es un botín a asaltar. Más cuando países como Argentina han confesado crudamente que ven el futuro en el oasis de la extracción del mineral. Cinco de las siete mineras de litio más grandes del mundo ya operan en los salares del país.
El año que hace poquito entró por los portones de la esperanza, rápidamente los redujo a puertitas de atrás. Con Antonio Aracre (Syngenta) en la jefatura de asesores presidenciales no se puede menos que preguntar con qué estómago blindado sigue trabajando el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá en la dirección de Agroecología del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación. Con el agronegocio y la extracción colonizante de minerales puestas como médula de la supervivencia económica y financiera del país, los pequeños sueños se desactivan.
Y no quedan más alternativas que la lucha en las calles visibilizadoras de este continente.

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