
Fue María Soledad. 35 años atrás. Su cuerpito estragado y la lucha de un pueblo voltearon a un gobierno feudal. Su sacrificio en los altares de la crueldad insufló de coraje para derrocar al poder y a sus hijos. El martirio de una piba catamarqueña.
Esta nota aparece como invitación a pensar quién fue o quién pudo haber sido la Locomotora Oliveras para nosotrxs, que nos encontramos calzándonos los guantes más de una vez y que también nos encontramos en estas palabras. Lejos de romantizar un personaje, queremos reflexionar sobre la posibilidad de ser una mujer exitosa en un deporte «de hombres» que no la reconoció a tiempo, sobre cómo logró construir un perfil en redes sociales y volverse un ícono de la narrativa del empoderamiento, y cómo amplió el horizonte de los posibles a la hora de pensar cómo construir feminidades.
Opiniones07/08/2025 Por M Esteve y Luis Sencillo
Alejandra Oliveras nació en Jujuy, pero creció en Alejandro Roca, Córdoba. Su historia es una típica historia de superación de esas que a las biopics les encanta retratar: infancia pobre y autosuperación. En su adolescencia pueblerina, comenzó a boxear y nunca dejó de hacerlo. En 2015, ingresó al Guinness World Records por ser la primera mujer en lograr cuatro títulos mundiales por nocaut en distintas categorías.
Construyó un récord profesional de 33 victorias, 3 derrotas, 2 empates, incluidos 16 nocauts. Es decir, la Locomotora fue una de las púgiles más premiadas y una de las campeonas más destacadas en el mundo del boxeo, pero no contó con el reconocimiento de los hombres boxeadores. Después de su retiro, fundó el «Team Locomotora», trabajando con sus dos hijos, donde entrenaban a jóvenes de barrios populares en Santa Fe y organizaban eventos solidarios para recaudar fondos.
Con el shock de virtualización que sufrimos todxs de la pandemia en adelante, la Locomotora comenzó a llegar a nuestras redes sociales. Los reels motivacionales, su cara corriendo bajo la lluvia, en pleno sol, con frío, en el barro, con su puño en alto entonando un «levantate de la cama», la volvieron el personaje querido de internet que hoy es llorado en Twitter.
Otra parte de su vida que a todxs les gusta recordar es su lugar como impulsora de campañas contra el consumo de drogas (o como está mejor decir, «consumos problemáticos») y por la inclusión de mujeres en deportes de combate. La Locomotora habló abiertamente de abuso, violencia de género y exclusión, aunque no se nombraba feminista: «Yo me considero una luchadora por la igualdad, no sé si ponerle que soy feminista. Yo valoro y respeto al hombre, pero hay que enseñarle que nosotras somos iguales». No se trata de sacar el feministómetro o de evitar recordar que apoyó la campaña presidencial de Patricia Bullrich en 2023 y que estaba apunto de lanzar su candidatura en un partido de derecha santafesino, sino de permitirse querer y recordar lo complejos que son los íconos culturales.
Fue la reina indiscutida de un discurso del empoderamiento neoliberal: la idea del «vos podés salir de la situación en que estás» y «solo con tu voluntad, podés mejorar» estaba siempre presente en su mensaje. Sin embargo, nos regaló videos, frases inolvidables y grandes expresiones que seguirán circulando por internet. Lxs influencers hablan todo el tiempo de bienestar personal, armando recetas a seguir para cumplir con los estándares de autocuidado requeridos. No es que la Locomotora no se apoyara sobre ese sentir común a los discursos de redes, pero agregaba el componente de hablar desde su vivencia. No podemos negar que era una de las personas con más ganas de vivir (y de decirnos cómo vivir también), cuya determinación le salvó la vida y quiso transmitirlo.
En muchas entrevistas, Alejandra habló de la importancia de enseñar deportes a las niñas y de estimular su práctica. En su gimnasio, promovió su participación y, tal vez sin quererlo, se volvió un ícono del deporte para muchas mujeres, pero también para gran parte del colectivo LGTBIQ+, porque a veces los íconos se construyen de manera caprichosa y les exigimos una coherencia que no se propusieron tener.
No todo era autodeterminación en su discurso, cuando hablaba del boxeo, el deporte que amaba, también señalaba la matriz cultural que nos niega a algunxs la posibilidad de pegar piñas: «La cultura piensa que la mujer es el sexo débil, pero si vos a una niña la mandás a un gimnasio de boxeo a entrenar, ya sabe que puede defenderse, tiene fuerza, sabe cuándo viene una piña para esquivar. No digo que se transformen en boxeadoras profesionales, pero que aprendan a defenderse. Yo soy de las que piensa que cualquier deporte te levanta la autoestima. Aprendés a cuidarte, a quererte».
Su presencia en redes fue festejada, pero no se salvó del señalamiento y la exposición. No escapaba de comentarios sobre su cuerpo, movimientos y sus músculos, que nunca ocultaba, sino que lucía orgullosa en musculosas que dejaban ver hombros y bíceps. Y es que la Locomotora visibilizó formas de construir cuerpos deportivos que no se corresponden con los estereotipos de «lo femenino» y eso siempre es desafiante.
El éxito estaba arriba y abajo del ring, en momentos donde la idea de violencia de género es cuestionada, donde los ataques y agresiones a la comunidad LGTBIQ+ aumentan día a día, elegimos retomar a sus palabras y sus entrenamientos: «Ganar significa ganarle a la vida». La Locomotora es parte de una genealogía de mujeres que desafiaron la idea del sexo débil de manera encarnada y nos regalaron la fantasía de pegar piñas como un posible y como una necesidad, porque la pasividad no es un destino.
Por último, solo nos queda recordar su poesía:
«Podrá nublarse el sol eternamente, / podrá secarse en un minuto la mar, / podrá el eje de la tierra romperse como un débil cristal / todo, todo sucederá / podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón, / pero jamás en mí / podrá apagarse / la llama de tu amor».
Fue María Soledad. 35 años atrás. Su cuerpito estragado y la lucha de un pueblo voltearon a un gobierno feudal. Su sacrificio en los altares de la crueldad insufló de coraje para derrocar al poder y a sus hijos. El martirio de una piba catamarqueña.
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