
La cantidad de lectores en Argentina presenta un panorama moderadamente optimista: más de la mitad mantiene una relación activa con los libros, concentrada especialmente en la preferencia por la narrativa.
Marzo de 1976 y abril de 1982 representan dos caras opuestas, aunque hablamos de la misma Argentina. ¿Cómo se puede explicar semejante paradoja?
Sociedad02/04/2025Sin duda, esas dos caras personificaban la existencia de aquellos «dos Ejércitos», según nos explicaban Jorge Abelardo Ramos y Arturo Jauretche las disputas de los sectores fundamentales de la sociedad argentina en el seno de las fuerzas armadas durante toda nuestra historia; simbolizaban las fuerzas en pugna de «revolución y contrarrevolución», en los términos que las habían definido el general San Martín (ya en el exilio) y Vicente López y Planes a través de su correspondencia en 1830; aquella situación encarnaba la existencia de esos «dos países» que Juan Bautista Alberdi había caracterizado en sus análisis sobre nuestra realidad bifacial; y aquel «Unidos o dominados», con el que el general Perón nos había advertido respecto a la disyuntiva que nos deparaba la llegada del siglo XXI. En última instancia, se trataba de esos dos modelos de país incompatibles dentro de una misma Argentina, con sus profundos altibajos, contradicciones, glorias y tragedias, avances y retrocesos: una historia contradictoria y compleja que aún espera la solución profunda de sus «pleitos sin fallar» -como dijera Alfredo Terzaga- y de sus problemas históricos de fondo, en un país todavía irrealizado y en una Nación inconclusa.
Ciertamente, tanto el nefasto golpe de Estado de 1976 contra un gobierno nacional y popular, como la recuperación de nuestras Islas Malvinas había sido concretado por el mismo poder de facto.
En el caso del golpe de 1976 el poder detrás del trono no era otro que el de la vieja oligarquía antinacional y antipopular, representada en los primeros años del gobierno militar por José Alfredo Martínez de Hoz y su política de destrucción de la Argentina ascendente, tal cual la habíamos conocido hasta entonces. Por su parte, la recuperación de Malvinas, dado el enfrentamiento que significaba contra el viejo imperio británico, aliado de esa oligarquía argentina, fue una decisión militar -por dispares y distintas razones-, que apuntó los cañones hacia los seculares enemigos externos del pueblo argentino, a pesar de que el día anterior apuntaban hacia adentro. El 2 de abril de 1982 los tanques apuntaron hacia el lado correcto, dándonos un hálito de esperanza.
En las manifestaciones a favor de la recuperación de Malvinas aquel 2 de abril y días subsiguientes concurrirían «referentes de distintos espacios políticos, organizaciones sociales y la propia Iglesia como parte del convite». Asimismo, habría «donaciones, infinitas muestras de apoyo a los soldados de una ciudadanía que supo separar la paja del trigo y colaborar con su granito de arena a que la estadía de los soldados sea lo mejor posible». Esa fue verdaderamente la reacción de toda la Patria ante la recuperación de nuestras Islas Malvinas.
No hay duda de que el poder político de los gobernantes de facto estaba debilitado y en retirada. Pero, si algo demostró Malvinas, por el apoyo popular masivo que concitó, es que el pueblo argentino estaba dispuesto siempre a recuperar nuestras Islas y al ejercicio de su soberanía en todos los terrenos, y para ello no escatimaba medios ni esfuerzos para hacerlo, aunque fuera a través de una dictadura en el gobierno.
No era el pueblo el que se rendía ante la dictadura que lo había castigado hasta dos días antes, sino la dictadura, al recuperar nuestras Islas Malvinas, la que reconocía de hecho, enfrentando al imperialismo anglosajón, los derechos soberanos del pueblo argentino.
Más allá de que la dictadura e incluso muchas expresiones civiles estuvieran o no en condiciones de reconocerlo, esos derechos, lógicamente, no eran solo territoriales sino políticos, económicos, sociales y culturales, que las clases oligárquicas del país semicolonial aliadas al Imperio Británico, a lo largo de toda nuestra historia, le habían arrebatado cada tanto al pueblo argentino durante el siglo XIX y el siglo XX (1930, 1955, 1966, 1976), y así también a través de los gobiernos pseudo democráticos y demoliberales cuando éstos adoptaron o prosiguieron las mismas políticas económicas de las dictaduras pro oligárquicas. Un hecho cultural resulta demostrativo del cambio contundente que dio el país por aquellos días. La guerra por Malvinas trajo aparejada la prohibición de pasar música anglosajona por las radios; los programadores del momento debieron recurrir a las grabaciones previas en existencia de artistas argentinos; muchos de ellos volvieron de su exilio o debieron salir del ostracismo al que habían sido condenados por la propia dictadura. Por esa razón (y más allá de las intenciones o previsiones del gobierno militar), el público joven de aquella época conoció de hecho esas expresiones musicales que la dictadura había marginado hasta ese momento.
Efectivamente, el 16 de mayo de 1982, aquellos que, como parte del pueblo argentino, habían sido perseguidos y habían combatido con sus letras y su música a la dictadura de 1976, participaron en Buenos Aires del Festival de la Solidaridad Latinoamericana en el Club Obras Sanitarias de la Nación para juntar ropa y alimentos para nuestros soldados que combatían en Malvinas. Más de 60.000 personas estuvieron en el estadio y muchos más siguieron la transmisión en vivo del concierto de Gieco, Spinetta, Mestre, Rada, el gran Charly García y Lebón. La era de la popularidad para el rock nacional había llegado de la mano de la defensa de nuestros intereses territoriales y nacionales en el Atlántico Sur y junto a nuestros hermanos latinoamericanos.
Efectivamente, a pesar de la dictadura y del retroceso nacional y popular que significó el llamado Proceso de Reorganización Nacional, algunas de cuyas leyes siguieron vigentes durante la democracia, a través de esa guerra nacional -de abril a junio de 1982-, la Argentina se reencontró con nuestra Patria Grande y sus grandes ideales nacionales, recibiendo incluso el ofrecimiento de apoyo militar concreto de gobiernos latinoamericanos como el de la República de Perú y Panamá. E incluso congregó, además del apoyo fraternal de toda América Latina, la solidaridad y el apoyo de Fidel Castro, del gobierno sandinista de Nicaragua y del líder libio Muammar Khadaffi, enrolados en las antípodas del régimen militar.
La bicentenaria semicolonia, al menos por dos meses y dos días gloriosos, se alzó contra el Imperio que la había conformado como tal, y la dictadura que se había instaurado para imponer el mandato de los imperios dominantes, se vio obligada –las intenciones o razones terminan siendo secundarias ante la contundencia de los hechos- a enfrentar al Imperio Británico a sangre y fuego. Pero, en contraste con la inmediata intuición del pueblo, la mayoría de los políticos, intelectuales, periodistas y muchos académicos de entonces estaban lejos de comprenderlo.
La memorable recuperación e inmediata guerra por Malvinas tuvo como protagonistas que supieron defenderlas con honor, dignidad y valentía (virtudes reconocidas incluso por el enemigo), tanto a militares profesionales como a conscriptos argentinos, y contó con el apoyo masivo del pueblo de la Patria, aunque también de cierta indiferencia y hasta disgusto de algunos partidos políticos, que solo atinaron a reclamar democracia.
Pero la democracia que devino, al no proseguirse la lucha anti imperialista a través de la política, de la economía y de la cultura como la situación ameritaba, fue en definitiva la democracia de «baja intensidad» que obtuvimos y que permitió que aquellas políticas económicas neoliberales contra el pueblo y contra el país que había implementado la dictadura de 1976 -y que nunca fueron juzgadas hasta hoy-, volvieran a tener plena vigencia aún bajo el régimen democrático.
La derrota y rendición militar del 14 de junio de 1982 fue seguida por una vergonzosa desmalvinización que cubrió todos los rubros y todos los campos, inclusive el humano y el social, con el olvido y abandono a su propia suerte de los combatientes y veteranos de la heroica guerra. Para muchos, que la vieron desde afuera, la defensa de nuestras Islas pareció ser una afrenta a su libertad individual, más que un orgullo colectivo por haber defendido con valentía y dignidad -como lo hicieron nuestros soldados- el territorio nacional usurpado.
Después del olvido y abandono de nuestros héroes, la desmalvinización consistió en un borrón y cuenta nueva, como si nada hubiera pasado y como si nada se hubiera aprendido del enfrentamiento a sangre y fuego contra nuestros consuetudinarios enemigos, enfrentamiento del que, al parecer, muchos abjuraron, catalogándolo de «aventura irresponsable». Se rebajaba así al defecto de una irresponsabilidad lo que había sido una virtud, elevada al grado del heroísmo en defensa de la Patria.
No es de extrañar que, desde entonces, para muchos fuera más importante ganar elecciones (¿solo en eso consiste la democracia?), que encarar resueltamente la liberación de la Patria de sus yugos políticos, económicos, sociales, territoriales y culturales centenarios.
No sería aventurado pensar que, desde 1976 en adelante, sin solución de continuidad hasta nuestros días, la conciencia nacional de los argentinos -a pesar de los avances eventuales logrados- ha tenido un retroceso sustancial, sin volver a tener aquel nivel histórico y político anterior a 1976.
Llegados aquí, después de aquella tremenda derrota nacional de la que no nos hemos recuperado del todo, al no reconstituirse como una conciencia nacional integral y profunda, como la que se requiere en esta encrucijada histórica, ese déficit resulta una de las causas principales de nuestra impotencia colectiva, que no atina a dar solución definitiva y permanente a nuestros largos y hondos problemas que vienen, no desde hace cuatro, cinco o siete décadas, sino desde el fondo de nuestra historia.
Las elecciones de 1983 y la vuelta a la democracia
La derrota militar en la batalla de Puerto Argentino aceleró la vuelta a la democracia, y el régimen militar convocó a elecciones generales para el 10 de diciembre de 1983, no sin antes promulgar un anunciado y esperado Estatuto de los Partidos Políticos.
Pero no era solamente «la política» o «los partidos políticos» lo que le hacía falta a la Argentina, sino verdaderas y profundas «Políticas de Estado», dada la profunda crisis que el país arrastraba -y arrastraba al país- sin solución de continuidad desde 1976, y que tendría finalmente que ver, apenas diez años después de 1991, con el «que se vayan todos».
La desaparición física del general Perón en 1974, el golpe del ’76 que volvió a desalojar abruptamente del poder a un gobierno peronista, con la debacle económica, social y cultural que ese golpe significó para el pueblo argentino en términos profundos, la derrota peronista del ’83, los siguientes años de ausencia del peronismo en el poder y la transformación del mundo bipolar en unipolar a partir del derrumbe de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín en 1989 (que dejaba descolocada la Tercera Posición), llevarían al partido de Perón a replantearse todo.
Y aunque ha corrido mucha agua debajo del puente de la historia de estas últimas décadas, ese replanteo aún no ha terminado y resulta fundamental para restablecer la continuidad del proyecto nacional de nuestros Libertadores, estadistas y grandes pensadores nacionales, todavía inconcluso.
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