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El tipo de contenidos que consumimos, ya sea de entretenimiento o de información, afecta nuestra percepción del tiempo, especialmente cuando se trata de videos cortos que se suceden vertiginosamente.
Sociedad09/12/2024 Olivia Sohr
(Diarioar) Si pasás horas dedicadas a consumir contenidos en redes, pasando de uno a otro sin pensar mucho, algunos divertidos, otros medio asquerosos y así, puede que estés ante un caso de “brain rot”, algo así como cerebro podrido, la palabra del año del diccionario de Oxford. La definición oficial es el supuesto deterioro del estado mental o intelectual de una persona, especialmente como resultado del consumo excesivo de material, en particular contenido en línea, considerado trivial o poco desafiante. En su justificación para la elección de la palabra, señalan que el uso del término aumentó en un 230% desde el año pasado. Pareciera que hay una sensación generalizada de que se nos escapan las horas consumiendo contenidos simpáticos pero poco relevantes. Y en ese mundo, un formato es rey: el video.
La forma en que consumimos contenidos, ya sea entretenimiento o información, tiene efectos sobre la manera en que percibimos las cosas y pensamos al mundo. Un libro no genera el mismo efecto que una película y ver imágenes de un crimen en la televisión no tiene el mismo impacto que leer la noticia, eso es clarísimo. Y en la vida cotidiana, el tipo de formato puede tener muchos efectos.
Una investigación, por ejemplo, quiso ver cómo afectaba a nuestros sesgos la diferencia entre ver imágenes o leer textos. Lo que hicieron fue enfocarse en un aspecto en particular: el sesgo de género que existe en las profesiones, como la tendencia a representar a un médico como hombre y a una enfermera como mujer. Para investigarlo, tomaron a un grupo de participantes y le pidieron a la mitad que buscarán información online sobre las profesiones en forma de texto y a la otra mitad con imágenes. Luego les pidieron que contesten una serie de preguntas sobre con qué género asociaban una ocupación. Ese sesgo, que todos solemos tener, se volvía más fuerte entre quienes habían trabajado con imágenes. Ver las cosas tiene un efecto.
El tipo de contenidos que consumimos también puede afectar nuestra percepción del tiempo, especialmente cuando se trata de videos cortos que se suceden muy rápidamente. Un estudio que se hizo sobre esto tomó a dos grupos de jóvenes, al primero, le pidieron que vean videos cortos y al segundo que leyeran, durante 15 minutos. Cuando después les pedían que estimaran cuánto tiempo creían que había pasado, los que consumieron videos sentían que había sido mucho más. Aunque decían que el tiempo “se les había pasado volando”, pensaban que había pasado más tiempo, quizás porque la cantidad de estímulos acumulados los hacía sentir que tenían que ser más de 15 minutos. Los que habían estado leyendo estimaron mejor. Cuando luego les pidieron que hicieran otra tarea, no relacionada con lo que habían hecho, los que habían pasado tiempo con videos seguían percibiendo que el tiempo pasaba más rápido. Es posible que la rapidez del consumo de videos cortos acelere nuestra percepción del tiempo en general.
Es fácil mirar las nuevas formas de consumo cultural y asustarse, creer que van a pudrir el cerebro de las personas y empeorar las capacidades intelectuales. Hasta ahora ninguna de las profecías apocalípticas se cumplió realmente
La sensación vertiginosa de estar saltando de un video a otro, también pareciera afectar nuestra capacidad de entretenernos. Y no como uno lo imaginaria. Lo lógico sería pensar que poder cambiar de un contenido a otro apenas te aburrís haría que no te aburras nunca. Pero es lo contrario, hay más posibilidades de aburrirse. Así lo mostró un estudio en el que le pidieron a un grupo de personas que vean videos completos, sin pasar a otro. Algunos interesantes, otros más bien aburridos, pero que los vean enteros. A otro grupo, en cambio, les permitían cambiar de video si se aburrían. Lo que encontraron fue que quienes cambiaban todo el tiempo decían aburrirse más que quienes estaban obligados a ver el video entero. Hay algo en no alcanzar a darle tiempo a las cosas que hace más difícil que nos enganchemos y nos entretenga realmente.
“No es sólo el estímulo externo lo que afecta, sino que no hay tiempo para que ese estímulo genere un proceso interno”, explica Rodrigo Quian Quiroga, neurocientífico argentino, profesor ICREA en el Instituto de Investigación del Hospital del Mar en Barcelona. Y agrega: “Con diferentes videos que cambian cada minuto, es difícil que puedas pensar algo, no hay tiempo. En el caso de un texto, por ejemplo, vos te podés demorar el tiempo que quieras en leerlo, en cambio eso es más difícil con un video, sobre todo si es uno detrás del otro”.
Es difícil saber cuán profundos son los cambios que estamos viviendo. El miedo a que una nueva tecnología o forma de consumo de contenidos afecte el cerebro de las personas, sobre todo de los más jóvenes, es un clásico que ocurrió con cada innovación: la radio, la tele, los videojuegos y hasta la escritura. Pero eso no quiere decir que no pueda tener efectos.
“No sabemos si los cambios que vemos son permanentes, porque todo esto es muy nuevo”, señala Quiroga, “quizás puede generar una adicción al cambio permanente que ofrecen estas plataformas y luego necesités un tiempo para reeducar. Qué tan fácil o difícil será, no sabemos todavía”.
Es fácil mirar las nuevas formas de consumo cultural y asustarse, creer que van a pudrir el cerebro de las personas y empeorar las capacidades intelectuales. Hasta ahora ninguna de las profecías apocalípticas se cumplió realmente. Eso no quiere decir que consumir contenidos en videos, y sobre todo en videos cortos, no nos cambie. Puede ser que no nos vuelva más tontos, pero posiblemente sí más impacientes porque nos acelera, quizás refuerce algunos sesgos si no somos cuidadosos y hasta nos termine generando más aburrimiento. Los formatos en los que vemos al mundo tienen un efecto sobre cómo lo pensamos.

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