La indiferencia centralista al país del mal llamado interior

En estos días en que se discuten subsidios al transporte, incentivo docente y diferentes aportes que el gobierno nacional debería realizar a los Estados provinciales se evidencia una vez más la indiferencia entre quienes viven al margen del país y el mal llamado interior.

Opiniones 22/02/2024 Miguel Peiretti Miguel Peiretti
Pais

El centralismo porteño que se ubica en la periferia del país desde la General Paz, la autopista que rodea a la ciudad de Buenos Aires, hacia el océano cuando tiene que hacer referencia a las más de 2000 comunidades diseminadas por la geografía nacional, utiliza un vocablo para nada inocente al denominar interior del país o cuando la indiferencia es aún mayor se refieren al interior profundo. Algo similar ocurre desde las capitales provinciales hacia las comunidades que conforman la geografía provincial. Algo que quienes vivimos en la otra Argentina naturalizamos
En Argentina designamos a todo el país con excepción de Capital Federal sin molestarnos en la menor distinción como el interior, o el interior profundo cuando se lo hace desde la capital provincial, es decir donde se asienta el poder político y económico es afuera y el resto de los habitantes viven adentro, cuando por ejemplo Córdoba capital se encuentra en el interior de la provincia al estar ubicada en el centro de la misma.
A pesar de ser federal, Argentina es una de las naciones más centralizadas de América Latina, haciendo que términos económicos, las provincias dependan las decisiones del gobierno de turno en la Nación, haciendo que muchos porteños a pesar de los beneficios que reciben consideren que ellos financian a «los vagos del interior»
Este desprecio y ninguneo en nuestra región cordobesa, santafesina, santiagueña se comenzó a gestar desde la invasión española cuando hacía referencia a este territorio como «tierras de ningún provecho», al ser una región inútil, ya que no teníamos oro y plata, solo contaba con habitantes nativos para ser domesticados y explotados, y más tarde gran parte de este sector fue utilizado para el contrabando y la evasión impositiva desde Santa Fe hacia Potosí. Y esto no ha cambiado casi nada.
Este vocablo para nada inocente en la que se diferencia a quienes habitamos la geografía Argentina está arraigado en la inmensa mayoría de los habitantes del país, tanto en los que vivimos en la región central como para quienes viven en las áreas fronterizas, pero desde la capital del país se ve en muchos casos como lo rural, lo salvaje, lo que es bien aprovechado para subsidiar en gran volumen los servicios que utilizan quienes viven en la gran urbe. Esto a su vez se replica desde las capitales provinciales hacia quienes se los denomina habitantes del interior profundo.
La energía eléctrica es mucho más cara para quienes habitan cada una de las comunidades de la geografía provincial que lo que abonan por el consumo quienes residen en Córdoba capital o quienes viven en la cabecera departamental y a su vez quienes el consumo lo tienen en Capital Federal el valor es mucho más bajo aún. Es una evidencia como se diferencia a quienes viven en un sector del país y a quienes viven en el otro.
Algo similar ocurre con el costo de transporte para quienes deben utilizar el servicio público para ir a trabajar o movilizarse por cuestiones de salud desde cada una de las poblaciones, significando para los denominados habitantes del interior profundo un monto mucho más elevado que para quienes viven en las grandes urbes.
Esa aparente división del país muestra, para el antropólogo social Alejandro Grimson, «una historia de desigualdad e incomprensión que se actualiza en momentos dramáticos. Muestra un país que vive mirando al Primer Mundo y entiende poco de las complejidades de la propia tierra y menos aún de los intereses de sus diversos habitantes».
Grimson, en su libro Mitomanías Argentinas, matiza: «Hay argentinos que habitan una u otra Argentina, pero la mayoría vive mucho más en el medio, entremezclada, con alguna ilusión primermundista y otras latinoamericanistas».
La decisión contra los habitantes del país que residen desde la General Paz hacia el oeste, norte y sur implementada por el presidente de la Nación ante el fracaso de la Ley ómnibus volvió a poner en agenda la desatención que deben soportar quienes son considerados habitantes del interior profundo.
El debate por la quita de subsidios al servicio de transporte de pasajeros no integra la agenda a los habitantes de quienes residen en las poblaciones consideradas interior profundo, solo se discute lo correspondiente a las capitales provinciales y a algunas otras grandes ciudades, quedando absolutamente marginados el resto de los habitantes.
Tomamos como ejemplo la energía eléctrica y el transporte, pero la sustancial diferencia es en muchas cosas que se pueden destacar, no solo en lo económico, sino también el acceso a la cultura, a la formación y otras tantas en un país que se estableció ser federal, pero es una de las naciones más centralizadas de América Latina. 
El desdén hacia los habitantes de cada una de los pueblos y pequeñas ciudades, que permiten las desiguales decisiones no solo es por el aprovechamiento del centralismo, sino que existe silencio y mansedumbre de quienes son dejados de lado como consecuencia de la naturalización del vocablo «en el interior» como parte de la falta del sentir nacional.
Esta gran injusticia para quienes habitan en el mal llamado interior del país se resuelve desde la política, pero sobre todo cambiando de paradigma, cambiando el silencio por visibilización y la mansedumbre por la participación activa para plantear a que los concejales comiencen a instrumentar mecanismos para que los legisladores provinciales y nacionales adopten decisiones en la que cada sector de nuestro suelo sean considerados como una parte del todo para que todos y todas tengan de manera igualitaria las mismas medidas económicas, sociales, culturales, educativas y productivas con sentido nacional.

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