
Son las víctimas de nuevas formas de esclavitud. Pibas captadas a través de ofertas seductoras en redes digitales, a través de influencers o con propuestas de ganancias inalcanzables. Un modelo que no hace más que exhibir oropeles y pompas en vitrinas inalcanzables que deslumbran. Pero que les quedarán siempre lejanos.







A 42 años de una guerra que sigue siendo una herida abierta, nos proponemos reflexionar sobre esta frase, que tiene una enorme complejidad. Porque no se trata de negar los actos de arrojo, valentía y coraje, sino de problematizar la identidad homogénea que las fuerzas armadas pretendieron construir durante y después de la guerra.
La causa por torturas en Malvinas se inició en 2007, ante la Justicia Federal de la ciudad de Río Grande, en Tierra del Fuego. Hasta el momento, 180 ex combatientes declararon como víctimas o testigos y fueron imputados 95 militares. Entre las torturas citadas, aparecen estaqueos y enterramientos bajo temperaturas extremas y suelo congelado, durante varias horas, incluso bajo bombardeos enemigos; amenazas con arma de fuego, sumersión de la cabeza en agua helada, pasaje de corriente eléctrica y hambre extremo, entre otras.
Una investigación desarrollada en 2019 por Cora Gamarnik, María Laura Guembe, Vanina Agostini y María Celina Flores, titulada El regreso de los soldados de Malvinas: la historia de un ocultamiento, da cuenta de que recién en 2015 trascendió la fotografía tomada al conscripto Miguel Galloto por parte del médico Oscar Rojas, un civil voluntario en las islas, quién le diagnosticó “avanzado estado de desnutrición”. El 6 de junio de 1982, Galloto logró llegar por sus propios medios y sin autorización oficial al buque Bahía Paraíso. Allí fue atendido por el profesional. Cuando llegó a las islas, Calloto medía 1,90 m de altura y pesaba 75 kilos. Cuando lo revisó el Dr. Rojas, pesaba 34 kilos (3).
A los malos tratos y torturas se sumó también la imposición del silencio. A medida que llegaban al continente y tras ser trasladados a diversos espacios dispuestos por las fuerzas armadas, los soldados conscriptos eran obligados a firmar la Cartilla de recomendaciones a los soldados desmovilizados. El documento lleva la firma del subjefe II de Inteligencia del Batallón 601 del Ejército, coronel Mario Oscar Davico, una figura clave en el armado del andamiaje del terrorismo de Estado, que luego formó parte del grupo de represores argentinos que operó en Honduras. 











