Vernet y su participación clave en la «trinchera democrática» durante la rebelión carapintada

El gobernador tomó decisiones estratégicas, como trasladar todo su gabinete a Rosario y fijar la sede del gobierno provincial en el Concejo Municipal, convirtiéndose en una "trinchera democrática"

Provinciales 25/02/2024 Redacción Regionalisimo Redacción Regionalisimo
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José María Vernet murió en las últimas horas de este viernes, luego de atravesar serios problemas de salud. El Tati, fue el primer gobernador electo en Santa Fe tras el retorno a la democracia en 1983. Se lo considera un personaje importante en la historia de Argentina y resulta fundamental conocer su participación en distintos hechos que dejaron huellas en la memoria de la democracia, como lo fue, por ejemplo, la rebelión carapintada de Semana en 1987.

El periodista de La Capital Walter Palena relató la participación de Vernet en ese episodio grabado a fuego en la historia del país la rebelión. Allí, el por entonces gobernador santafesino tomó decisiones estratégicas, como trasladar todo su gabinete a Rosario y fijar la sede del gobierno provincial en las instalaciones del Concejo Municipal, que le dio a la «movida de defensa democrática» una entidad institucional única.

El levantamiento militar «carapintada» de Semana Santa de 1987 marcó un punto de quiebre en la naciente democracia argentina, recuperada apenas tres años y medio antes. Frente a los sediciosos, que se amotinaron a las órdenes de Aldo Rico, surgió una reacción popular que ganó las calles y demandó el mismo compromiso de las instituciones políticas y sociales. Por primera vez en la historia, ante un evidente intento golpista, hubo unidad y consenso generalizado entre los partidos políticos de que se debía defender el Estado de derecho. En Rosario, la sede del Concejo Municipal se transformó en una «trinchera democrática» en donde los dirigentes con mandato constitucional se pusieron a la cabeza de lo que demandaba el clima social nacional.

Fueron cuatro días de máxima tensión, del 16 al 19 de abril. Pero el detonante había sido un día antes, el 15 de abril, y provino de Córdoba. El teniente coronel Héctor Barreiro se había negado a declarar ante la Justicia por causas de violación a los derechos humanos en el centro clandestino de detención La Perla. Los militares cordobeses se «solidarizaron» con uno de sus pares, se rebelaron ante uno de los poderes de la República y se amotinaron en el Regimiento de La Calera. Al día siguiente Aldo Rico lideró el alzamiento militar en Campo de Mayo. Fue el comienzo de días de zozobra para la joven democracia argentina, con riesgo de golpe de Estado. Los militares, aunque arrastraban desprestigio, aún mantenían poder de fuego.

Las imágenes que llegaban estremecían: Aldo Rico con la cara embetunada (de allí el mote de «carapintadas»), sosteniendo en una mano un fusil y en la otra una virgen. Era una actitud de abierto desafío al orden constitucional. Así lo entendió el Concejo rosarino, que ese mismo día se autoconvocó en sesión extraordinaria.

Silvia Fernández León, ex concejala del Partido Socialista Democrático (1991-1995), que en ese entonces era empleada administrativa de la Comisión de Planeamiento e integrante de la Comisión Permanente de Defensa de la Democracia, recordó ante La Capital los momentos de ebullición que se vivía puertas adentro del Palacio Vasallo, que se transformó en el punto de encuentro de las fuerzas que estaban dispersas en la ciudad.

A la confusión había que darle cierto orden. La decisión del gobernador José María Vernet de trasladar todo su gabinete a Rosario y fijar la sede del gobierno provincial en las instalaciones del Concejo Municipal le dio a la «movida de defensa democrática» una entidad institucional única, una rareza que la distinguió de otras provincias: un mandatario peronista a disposición de Raúl Alfonsín, un presidente radical.

«Todas las organizaciones políticas, gremiales, estudiantiles, de la cultura, se reunieron en lo que hoy conocemos como la Sala de Acuerdos. Se comienzan a fijar y distribuir tareas. Hasta se arma una oficina de prensa donde se empiezan a emitir los comunicados del Poder Ejecutivo de Santa Fe.», recordó Fernández León, quien, una vez terminada la rebelión carapintada, juntó todos los papeles desparramados por los escritorios y los guardó. Esos papeles, y muchos otros, forman parte hoy de lo que es el Fondo Documental de la Democracia del Concejo.

Los comunicados de prensa quedaron a cargo de Oscar Feito, secretario de Comunicación del gobierno de Vernet, y del periodista Oscar Bertone. Todos tienen un orden imperativo, casi marcial, acorde a lo que estaba en juego por esos días. Se ordena permanecer alertas, se paraliza toda la actividad en la provincia para favorecer las movilizaciones. Se referían a los carapintadas como «sediciosos» y «subversivos».

Los partidos políticos se concentran en la departamental de la UCR; los gremios, en la sede de Luz y Fuerza; los estudiantes, en la Facultad de Ciencias Económicas.

Todos juntos

Toda la dirigencia política se unió en la misma causa. Junto a Vernet estaban los principales referentes de los partidos santafesinos: Luis Changui Cáceres (UCR), Guillermo Estévez Boero y Héctor Cavallero (PSP), Lisandro Viale (PI). Entre todos había una ausencia notable, la del intendente Horacio Usandizaga, quien apareció al final, cuando la rebelión había sido sofocada, para participar de un abrazo simbólico por la democracia y unas plegarias que dio monseñor Jorge López en el recinto del Concejo.

La actitud de Usandizaga contrastó con la de la mayoría de sus partidarios. Por caso, el presidente del Concejo, el radical Emeterio Pastor, tuvo un rol activo en aquellos días y puso a disposición toda la estructura del Palacio Vasallo.

Mientras los carapintadas seguían amotinados, las conversaciones y el intercambio de información se establecían en todos los niveles. El gobernador Vernet, en Viernes Santo, charló un par de veces con Alfonsín. En una de ellas, le comunicó que decidió declarar la «emergencia constitucional» en la provincia de Santa Fe. El líder radical entendió el motivo pero no terminaba de comprender del todo la finalidad. Se lo explica: si el golpe prosperaba, se constituiría en Santa Fe la sede del gobierno democrático y Alfonsín se podría trasladar acá. Un artículo de la Constitución fue la llave institucional que abría esa posibilidad.

Roberto Falistocco, secretario de Justicia de Vernet, fue el encargado de reunir jurisprudencia y redactar el decreto. «Los gobernadores son los delegados naturales del gobierno federal en su territorio en defensa de la Constitución. En ese artículo, Juan Bautista Alberdi sintetiza las ideas de unitarios y federales», contó el ex juez de la Corte santafesina a La Capital, mientras revisaba el decreto mecanografiado, sin membrete oficial, y otros papeles.

La actividad dentro y fuera del Concejo era frenética. Ya en la noche del viernes, el gobernador ordenó que llamen a todos los intendentes y presidentes de comuna de la provincia para que abran las dependencias públicas y realicen actos en las plazas de los pueblos. «A algunos pueblos se mandaban radiogramas a las comisarías para que se las lleven a los intendentes. A mí me tocó, incluso de madrugada, llamar a las comunas para comunicar la decisión del gobernador. No recuerdo haber dormido en esos días; tampoco me acuerdo si nos alimentamos. Tengo alguna imagen de funcionarios y concejales durmiendo en los sillones. Fue todo muy intenso», rememoró por entonces la ex concejala socialista.

Conversaciones

Cada lugar se definía como una trinchera democrática, hasta las iglesias. Hubo incluso una conversación entre Vernet y monseñor López que daba cuenta del estado de las cosas. Una semana atrás, el Papa Juan Pablo II, en su segunda visita a la Argentina, había protagonizado una misa multitudinaria en el Monumento (las crónicas de la época refieren que asistió un millón de personas). «Necesito, monseñor, que en las homilías, sus sacerdotes le hablen a la gente lo que está en juego por estas horas en la patria», fue, palabras más, palabras menos, lo que le transmitió el gobernador al arzobispo de Rosario, según la nota de La Capital.

El sábado 18 de abril la situación era igual de tensa. Los militares asentados en Córdoba permanecían sublevados. En Campo de Mayo, Aldo Rico mantenía el desafío con sus tropas amotinadas. Se sucedieron, desde el Concejo, una serie de llamadas a Buenos Aires. El entonces jefe del Ejército, Héctor Ríos Ereñú, repetía: «La cosa viene complicada». A Alfonsín le quedaba la «lealtad» del II Cuerpo de Ejército, comandado por el general Ernesto Alais, a quien Alfonsín le ordena trasladarse a Buenos Aires para reprimir a los sediciosos. La «columna fantasma» de Alais nunca llegó.

Mientras tanto, en Rosario, las fuerzas políticas y sociales se mantenían vigilantes y alertas. La Comisión Permanente de Defensa de la Democracia, que se había formado en el Concejo el mismo día en que estalló la crisis, resolvió convocar a la ciudadanía a un acto en el Monumento. Eso fue a la tarde, pero ya desde la mañana unas 40 mil personas se habían congregado en las inmediaciones del Palacio Vasallo para seguir de cerca lo que acontecía en Campo de Mayo, donde Aldo Rico seguía atrincherado con sus carapintadas.

El acto en el Monumento fue masivo. La convocatoria estaba pactaba para las 15. La idea era quedarse allí en estado de vigilia «hasta tanto la situación planteada por los subversivos acuartelados sea definitivamente superada», como indicaba el comunicado Nº6 del Poder Ejecutivo de la provincia. El comunicado siguiente estableció la gratuidad del transporte público para facilitar la concurrencia masiva a la manifestación en defensa de la democracia.

El orador de ese acto fue Vernet, acompañado de todos los líderes de los partidos políticos de Santa Fe. La resolución del conflicto sobrevino al día siguiente, Domingo de Pascua, cuando Alfonsín se trasladó a Campo de Mayo, el reducto sedicioso de los carapintadas.

A la tarde, frente a una multitud en Buenos Aires, Alfonsín pronunció la frase que pasó a la historia: «Felices Pascuas, la casa está en orden». El mayor peligro para la democracia había pasado, pero aquel epílogo fue el comienzo de otra historia más compleja.

Más allá de la sensaciones encontradas que dejó entre los protagonistas, con epicentro en el Concejo rosarino, todos volvieron a pronunciar un «Nunca más».

 

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